Esparcir palabras

La escritura de Juan Rulfo se cuela por entre los resquicios de la memoria, la remueve...

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El encuadernado del libro se deshace en mis manos, como si a las hojas impresas también les llegara el otoño, se desprenden una a una sus páginas cafés y si vuelan no es por la fuerza del viento, sino por la imaginación que cosecha el lector entre los surcos de sus palabras.

Sin embargo, el viento sí está presente, el autor lo ha depositado en cada cuento, en los diecisiete que conforman la colección, unas veces va arrastrando historias cargadas de tristeza, hambre, muerte; otras veces, arremolina el deseo de una mejor vida para sus personajes cansados. Haré silencio para que le escuchemos: 

“Era la época en que el maíz ya estaba por pizcarse y las milpas se veían secas y dobladas por los ventarrones que soplan por este tiempo sobre el Llano”, en El llano en llamas.

“El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos”, en ¡Diles que no me maten!

“…pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades”, en Luvina.

“Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza. Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca”, en Nos han dado la tierra.

“Por eso es que todavía siento pasar junto a mí ese aire, que apagó la llamarada de su vida, como si ahora estuviera soplando; como si siguiera soplando contra uno”, en La herencia de Matilde Arcángel.

La escritura de Juan Rulfo (escritor, guionista de cine, fotógrafo) se cuela por entre los resquicios de la memoria, la remueve, retumba en la oquedad de la conciencia, la despierta; mi deseo es que el vendaval de sus letras nos arranquen la indiferencia.

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