'Jesucristo, la verdadera y única riqueza'

XXVIII domingo Ordinario. Sab 7, 7-11; Sal 89; Heb 4, 12-13; S. Mc 10, 17-30

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Seguir a Jesús nos abre un horizonte infinito, que si bien debe de pasar por el camino de las persecuciones y contradicciones, nos revela el sentido de esta vida, y la perspectiva de la vida eterna, que no tendrá conclusión ni fin. (Gráfica tomada de codigonuevo.com)
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La vida es el bien más precioso que tenemos; y estamos dispuestos a renunciar a muchas cosas con tal de vivir. El mensaje central  de éste domingo es muy exigente: Jesús vino a darnos la vida, y la vida en plenitud, pero en la medida que estemos disponibles a renunciar a ella.

La “verdadera sabiduría” consiste en reconocer que nuestros días son pocos, pasan aprisa, “se pueden contar” (Sal 89); somos: “peregrinos, pasajeros, que tenemos todo de prestado”.

Seguir a Jesús nos abre un horizonte infinito, que si bien debe de pasar por el camino de las persecuciones y contradicciones, nos revela el sentido de esta vida, y la perspectiva de la vida eterna, que no tendrá conclusión ni fin.

I.- ¿Qué es la vida eterna?

Las tres lecturas de este domingo convergen hacia la exigencia de la Palabra de Dios de “seguirlo”con una grande radicalidad y coherencia. “¡El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo tome su Cruz y sígame!”  (Mc 8,34).

En su camino a Jerusalén, tan significativo, porque será el lugar de culminación de su oblación, y porque es algo que se le propone a los mismos discípulos, se acerca al joven que le hace la pregunta: “Maestro bueno: ¿qué debo de hacer para alcanzar la vida eterna?”

En el texto del libro de la Sabiduría se relee la oración contenida en 1Re 3, 6-9 en la que Salomón no pidió, ni larga vida, ni riquezas, ni muerte de los enemigos, ni gloria, sino sabiduría, inteligencia y docilidad.

Entre lo que pide la plegaria, el autor añade algunos elementos apreciados por el helenismo como la salud y la belleza y que actualiza así su mensaje: la verdadera sabiduría está en Dios y no en las filosofías humanas.

Porque al recibir de Dios la sabiduría y la inteligencia, es lo importante ya que ahí se encuentra la vida verdadera. Por ello es tan significativo el verbo con el que inicia la primera lectura de hoy: “Supliqué” es decir, hice oración, porque es la única manera de  obtenerla y recibirla.

También tuvo una actitud de súplica el hombre que se acercó a Jesús “se arrodilló” delante de él. Jesús le contesta: “¿Por qué me llamas bueno?, nadie es bueno sino sólo Dios” (v.18).

Corresponde  decir que la sabiduría verdadera no se puede pedir a un maestro cualquiera, sino al único que es bueno a Dios, y por ello se hace en la oración.

Jesús encuentra en la actitud de su interlocutor una ambigüedad, pues o se está dirigiendo a Dios y debe de descubrirlo en Jesús; o bien, si su pregunta se dirige a un maestro humano, ¿por qué se arrodilla?, pareciera una desproporción y una idolatría.

Por ello la única respuesta que esclarece la vida eterna es la que nos da Jesús, y debemos pedirla humildemente en la oración, para que nuestra vida sea camino de luz que tenga clara su finalidad y como meta el encuentro definitivo con Jesús.

II.- La Ley y la vida eterna

A la pregunta del joven responde Jesús con la enseñanza de Moisés: “Tú conoces la Ley…” ( Num 10,19).
El judaísmo, en tiempos de Jesús, tenía una clara convicción: la Ley es la que te hace vivir, y practicarla es el camino de la vida eterna.

Desde esta perspectiva, llama la atención la respuesta de aquel joven. Nos admira en dos sentidos:
1º Que el joven hubiera podido observar todas las exigencias de la ley, en un mundo y en un ambiente que presentaba muchas dificultades para hacerlo.
2º Habiendo vivido de esa  manera ¿por qué este joven está inquieto y tiene la sensación de que no es suficiente?

Cuando nos dice que Jesús los vio con una mirada de “especial amor” (v. 21), significa que el Señor no sólo comprendió su insatisfacción de fondo, sino una búsqueda auténtica que además quiere decir que este joven comprende que el obtener la vida eterna proviene de Dios. Es la respuesta que Jesús le dio a Pedro cuando este le pregunta: “¿entonces, quién puede salvarse? Y la respuesta es muy clara: “Para los hombres es imposible” (v. 26 y 27).

III.- La verdadera riqueza

“Una cosa te falta, ve y vende cuanto tienes, dalo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo, después ven y sígueme” (Mc 10, 21). Con esta respuesta  Jesús no rechaza  la Ley, sino que la hace exigente y la radicaliza al máximo.

Es natural que todos experimentamos la imposibilidad de cumplir totalmente esta exigencia, tanto por el examen de conciencia respecto a lo que poseo, como por el hecho de que tenemos tantos pobres y no logramos disminuir el índice de las personas con tantas carencias.

Pero la desproporción aparente de la exigencia de Jesús no nos debe llevar a la desesperación, ya que tenemos que actuar por el amor de Dios y bajo su fortaleza.

Como repetía tan bien San Benito: “¡Nada se anteponga a Cristo!”.

Debemos decidirnos a esa humilde y constante búsqueda. Además todos sabemos que la Ley lo que nos propone es que podamos hacer más, y que solo del amor de Dios proviene la salvación.

“Todo es posible para Dios”. (v.27):

Así se lo dice Dios a Abraham, (Gn 18, 14); lo mismo el Ángel a la Virgen (Lc 1.37).

Ser salvados es como un parto, pues se nace de lo alto (Jn 3.3).

“Ser engendrados por la palabra de la verdad”  (Jn 1, 18).

Proceso de que nace, vive, madura en nosotros el amor de Cristo; don de Dios, regalo del Señor que escuchamos en la invitación: “Sígueme” (Mc 10,21).

El autor de la Epístola a los Hebreos elogia el poder de la Palabra, que se hace presente en Jesucristo. Esa autoridad del poder de la palabra todo lo escruta, no teme a nada, y siendo la sola y auténtica verdad no puede ser acusada ni de mentir, ni de pecado (Jn 8,46); es sobrenaturalmente libre y puede penetrar lo más recóndito del corazón humano.
“Vivir plenamente”, no va a significar otra cosa que seguir a Jesús.

En el Evangelio de hoy vemos la importancia de la renuncia, así como los discípulos “dejaron todo”, a ellos se les promete que recibirán el ciento por uno, de lo que dejaron y que encontrarán en la comunión con Cristo, hermanos, hermanas, madre y padre.

La promesa de las persecuciones no es otra cosa que parte del proceso para asemejarse más y más a Aquel quien se sigue. La vida se transforma en vida eterna, porque se acepta abandonarla en Dios.
Con el Papa Eugenio II debemos decir: “Quiero lo que Tu quieres, lo quiero como Tú lo quieres, lo quiero hasta que Tú lo quieras”. 

“La Iglesia avanza siempre entre las persecuciones de los hombres y las consolaciones de Dios” (San Agustín).

Conclusiones: 

  • 1.La palabra de Dios es reto, es provocación, es estímulo, es vida.
  • “La Sociedad Bíblica Internacional” recomienda: no basta poseer la Biblia, hay que leerla; no basta leerla, hay que creerla; no basta creerla, hay que vivirla.
  • 2.Dicen que una persona muestra su calidad y valor en la forma como usa y administra el poder y el dinero. Si es libre frente a él, entonces lo puede usar para construir el Reino.
  • 3.La victoria sobre la fascinación del dinero y las riquezas es algo de lo más difícil, delicado y complejo, sólo lo lograremos “en Dios” para quien nada es imposible.
  • 4.No obstante persecuciones, ironía, desprecios de una sociedad de bienestar en donde todo lo que se quiere condicionar al poder económico, el cristiano deber ser signo del amor de Dios, fermento de caridad y compromiso fraterno a favor de los más pobres. 
  • 5.Todo esto se antoja difícil, pero posible para quien tiene fe. Pidamos de rodillas a Jesucristo que con la fuerza del Espíritu Santo nos llene de amor por Dios y por el prójimo, para que, siguiéndolo a Él, acumulemos un tesoro en el cielo. Amén

† Emilio Carlos BerlieBelaunzarán

 Arzobispo Emérito de Yucatán

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