El anciano que descubrió un tesoro en medio del campo

Esta es la historia de Juan Andrés, quien al tratar de matar un iguano se llevó la sorpresa de su vida.

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Después de haber hallado 79 monedas de puro oro, un anciano se quedó con 5 y dejó las demás abandonadas en el campo, cerca del pueblo de Akil. (youtube.com)
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Jorge Moreno/Milenio Novedades
MÉRIDA, Yuc.- Don Víctor Navarrete Muñoz, del municipio de Akil, nos mandó este caso que desea compartir con todos los lectores, uno que ha ocurrido en decenas de ocasiones en toda la península la de Yucatán y es real.

Juan Andrés era un anciano solitario que vivía en su milpa ubicada en los cerros del pueblo de Akil. Una vez al mes bajaba a la comunidad a visitar a su familia, pasaba tres días con ellos y nuevamente regresaba a su pequeña casa de madera y huano. 

Esta actividad la había repetido por casi 30 años sin interrupción alguna. En ocasiones su esposa se ofrecía a acompañarlo, pero él siempre se negó a recibir compañía. Era muy trabajador, iniciaba sus labores a las cinco de la mañana y las terminaba con la puesta del sol. Solo tomaba un pequeño receso después de su almuerzo.

Cierto día se preparaba para tomar su baño, por lo que fue hasta la sarteneja más cercana a buscar una cubeta de agua, pero al llegar no la encontró, pues se había secado. Entonces maldijo su mala suerte y se encaminó hacia otra sarteneja, distante 300 metros de donde se encontraba.

Al llegar observó un iguano de regular tamaño y de color grisáceo, que descansaba tranquilamente sobre un inmensa piedra rojiza en forma de círculo. Al mirar fijamente aquel animalito, éste le hacía movimientos con la cabeza de arriba hacia abajo cómo dirigiéndose al viejo campesino, éste no le dio importancia y continuó su camino. 

Al día siguiente sucedió lo mismo. El iguano se encontraba en el mismo lugar haciendo los mismos movimientos. Juan Andrés, pensó: “Qué casualidad tan tremenda, parece que este iguano se está burlando de lo que me pasa”. Al tercer día ocurrió lo mismo, Juan Andrés entonces exclamó:  “malvado iguano, deja de burlarte de mí”, como si el animal fuera el culpable de que tuviera que caminar más para abastecerse de agua.

Juan Andrés entonces tomó la decisión de deshacerse de tan singular acompañante, por lo que tomó un pedazo de leña vieja y se acercó lo más que pudo sin lograr que se moviera ni un centímetro aquel reptil. Cuando estuvo a corta distancia intentó golpear a la criatura, pero esta se refugió rápidamente en un agujero que se encontraba en la parte posterior de aquella roca.

Entonces, Juan Andrés, convertido en un feroz cazador, introdujo la madera en la entrada de la madriguera, pero no obtuvo resultados favorables, por lo que palanqueó con todas sus energías logrando con esto levantar la pesada lápida de piedra, retiró un poco de tierra y misteriosamente no encontró rastro alguno del iguano. 

El hallazgo

Asustado por lo que estaba sucediendo y pensando que se trataba de un espíritu malo que intentaba acarrearle más mala suerte de la que ya traía, retiró un poco más de tierra y grande fue su sorpresa cuando encontró una botijuela (cántaro de barro) con una tapa de madera que al parecer llevaba varios años de estar enterrada en ese lugar. 

Aquel campesino no podía dar crédito a lo que estaba viendo, ya que al destaparlo se percató que estaba repleto con monedas antiguas de oro, probablemente era el tesoro escondido de algún rico hacendado que lo había guardado en la época de la Guerra de Castas, pensó. 

Entonces, Juan Andrés abrazó con fuerza el cántaro y corrió a toda velocidad hasta la seguridad de su casa y de su milpa. Estando en su lugar de descanso se apresuró a contar las monedas que en total fueron 79, exactamente la misma edad con la que contaba el campesino.

Con una alegría que nunca había experimentado, dio gracias a los dioses del monte por la gracia consentida y se dijo: “ahora que soy un hombre con suerte podré descansar”.  

A la mañana siguiente, después de tomar cinco monedas, se ocupó en esconder su preciado tesoro, metió el oro en el cántaro, lo selló con la tapa de madera y lo enterró en medio de tres árboles de álamo. Posteriormente señaló el sitio exacto con una gran piedra similar a la que cubrió el tesoro en su lugar original. 

Después bajó al pueblo a visitar a su familia, que se sorprendió mucho al ver su llegada. Juan Andrés les informó de lo que había sucedido y les dijo que nunca volvería a trabajar, pero nadie le creyó y todos lo tildaron de viejo loco. 

Ante todo esto el campesino se sintió más solitario de lo que era en su milpa, con los días se acostumbró a esta indiferencia y logró vivir feliz los últimos años de su existencia a lado de su familia en la casa que tenía en la población, gastando las únicas cinco monedas que conservó.

Por rencor a sus familiares, ya que no le creyeron tan extraordinario suceso, nunca reveló a nadie el lugar donde escondió sus 74 monedas de oro puro, por lo que el tesoro sigue a la espera de otro afortunado personaje para revelarle sus secretos.

¿Hay un tesoro enterrado en tu casa?

Por cierto existe un ritual sencillo para saber si en tu terreno o casa existe un tesoro enterrado. En lo personal ya lo he hecho en más de 50 ocasiones a todas las personas que me lo han solicitado (en más de diez ocasiones han aparecido cosas de valor) y siempre ha sido efectivo. No pido ningún porcentaje de lo que llegara a aparecer, pues hay quienes se dedican a hacer esto y cobran hasta un 70 por ciento del tesoro u objetos de valor que aparezcan.

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