Vivir de frente al sol

Muchos de nosotros vivimos como Bucéfalo, con miedo de nuestra propia sombra, anclados en nuestras culpas.

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Múltiples historias rodean la existencia de Alejandro Magno, muchas de ellas con un cierto aroma a leyenda, como la del caballo Bucéfalo: fue vendido a Filipo II, padre de Alejandro, y era tal su energía que ningún servidor del rey lograba montarlo; el caballo, presa de un fuego y bravura inacabables, hacía rodar por tierra a todo aquel que osara montarlo. El rey decidió deshacerse de él, pero Alejandro le pidió a su padre que no lo hiciera, asegurándole que él sería capaz de domarlo, Filipo II, incrédulo, aceptó que su hijo intentara domar a la bestia.

Alejandro se acercó al animal lentamente, pasándole la mano por el lomo y hablándole suavemente lo tranquilizó, acto seguido subió de un salto en él y tomando las riendas lo enfiló hacia el sol. Alejandro se había dado cuenta de que el animal se espantaba al ver su propia sombra, lanzando coces y relinchos caía en un estado de excitación que hacía imposible controlarlo, pero orientándolo hacia el sol evitó que el caballo viera su sombra y el animal se fue calmando; después de algunos minutos respondía a todas las instrucciones de Alejandro, desde ese momento se convirtió en su caballo y vivió 30 años bajo su cuidado.

Muchos de nosotros vivimos como Bucéfalo, con miedo de nuestra propia sombra, anclados en nuestras culpas, con temor a lo obscuro que hay en nosotros, entristecidos y sufrientes por nuestros evidentes errores, presas de todos aquellos actos que nos recriminamos a nosotros mismos; torturados por la responsabilidad de nuestras malas acciones no podemos cabalgar en libertad como a Bucéfalo le sucedía; lastrados por el ayer y asustados por las sombras del pasado no podemos dirigir en libertad nuestros pasos hacia la luz del mañana.

La culpa es veneno para el alma, porque nada de lo que hagamos borrará las acciones de nuestro pasado; no podemos corregir nada de lo anterior, pero sí nos impide vivir en plenitud el día actual; la desesperación de no poder corregir el pasado destruye las esperanzas y vida de nuestro presente. Lo que ya no puede remediarse acaba destruyendo lo que sí puedes construir hoy, la culpa nos acaba secuestrando la alegría de tener vida en este día y poder hacer algo positivo con ella. 

El ser humano es perfectible mas no perfecto, todos podemos irnos perfeccionando, pero también sabemos que no es posible llegar a la perfección, no al menos en esta vida. El camino a la perfección está tapizado de fallas y errores, tenemos oportunidad todos los días de fallar en nuestros intentos por ser mejores seres humanos, pero si te quedas contemplando a la orilla del camino todo aquello en lo que has fallado en tu vida nunca avanzarás. No se trata de negar cómodamente los errores, sino de tener el valor de asumirlos y avanzar a pesar de ellos; tus errores serán menos importantes si al final llegas a ser mejor persona, no se trata de no caerse sino de llegar a la meta a pesar de las caídas.

El perdón de nuestras culpas es humano, divino y personal, humano en cuanto recibimos el perdón de quienes nos rodean, divino cuando recibimos el perdón de Dios y personal cuando nos perdonamos a nosotros mismos; en cualquiera de los tres casos el perdón de nuestras culpas necesita de nuestra aceptación. De nada sirve que un hermano, esposa o hijo te perdone, cuando tú insistes en seguir removiendo el excremento de tus miserias y fallos; de nada sirve que Dios ante tu sincero arrepentimiento te perdone si en un arrebato de soberbia tú no te perdonas. Aunque El te haya perdonado, inútil es tratar de perdonarte a ti mismo cuando vives arrancándote las costras de las llagas de los errores de tu vida e impides que tus heridas cicatricen.  

La culpa es un juez brutal y despiadado que en no pocas ocasiones te hace sentir culpable de cosas de las que todos los que te rodean ven con evidencia que no hay culpa. Hemos de remediar todo lo que sea remediable, asumamos la responsabilidad de nuestros actos, pero no fijemos la vista en nuestra podredumbre y en las sombras de nuestra vida, ya que al igual que a Bucéfalo eso sólo nos hará caer en el temor, extraviaremos el rumbo y no podremos avanzar.

Hay que levantar la vista y dirigirla hacia el sol de la esperanza. Hermanos en el error, porque no hay nadie infalible, seámoslo también en la esperanza de un futuro mejor; apoyándonos mutuamente recorramos el camino de esta vida, recordemos siempre que las penas compartidas se dividen y las alegrías compartidas se multiplican.

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