El regreso de Palencia a casa

El entrenador de Pumas volvió al lugar que lo vio nacer como futbolista.

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Palencia dejó el corazón en el Estadio Azul, lugar en el que vivió grandes momentos. (Imagen de Imago7)
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Milenio Digital
CIUDAD DE MÉXICO.- Francisco Palencia volvió, pero ahora como entrenador, a la casa que le viera nacer como futbolista. 
El Estadio Azul le aguardó con una sonora rechifla y varias mentadas de madre, cuando fue anunciado por el sonido local. 

El que antes fungiera como orgullo e hijo pródigo para la institución cementera, ahora lo hacía como un enemigo íntimo, como un rival de cuidado, un sinodal del que preocuparse.

Gesticulaciones, gritos y aspavientos en cada indicación; regaños para Alejandro Castro por perder la marca en la zaga y consejos, en corto, para Matías Britos, parte del reparto de Palencia en los primeros minutos del cotejo.  

Paco indicaba de todo, desde cómo realizar los despejes a Alejandro Palacios, hasta la manera en la que Eduardo Herrera debía contener la pelota, para erradicar rivales cercanos.

Solo el sol de la tarde de sábado logró apagar los gritos de Paco Palencia durante el primer tiempo... En el complemento, el técnico de Pumas habló fuerte y claro con Jesús Gallardo, que sustituyó a Herrera y aún más fuerte con Berjón, que suplió a Barrera. Siempre con la mano en la boca, por cábala y para que nadie descifrara lo que decía.

Los minutos finales los vivió al límite, como un aficionado más. Hablaba de nuevo con David Patiño, también lo hacía solo y cuando su equipo atacaba, se desesperaba si no acababa con disparo; ante el silbatazo de Roberto García Orozco, Palencia se dedicó a aplaudir a sus futbolistas, a darle aliento a los suyos. 

Antes de meterse al túnel que lo llevaría a comparecer ante los medios, volteó de reojo a la tribuna, que le seguía recriminando su abandono entre abucheos.

El partido terminó con un insípido 0-0, pero seguramente el corazón de Paco se fue lleno de emociones. 

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