'No se puede vivir de escribir poesía'

El poeta Francisco Hernández, antes dedicado a la publicidad, es ahora uno de los autores más importantes de las letras mexicanas.

|
Hernández trabajó como creativo publicitario durante 29 años. (Reforma)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Oscar Cid de León/Agencia Reforma
MÉXICO, D.F.- Uno empieza autopublicándose y no imagina hacia dónde lo llevará el camino, si es que lo lleva a algún sitio: "A mí me tocó pagar cuatro libros", dice Francisco Hernández como quien recuerda haber llegado a esa decisión porque no le quedaba de otra.

Tenía entre 28 y 35 años; era un publicista que se había mudado al DF desde provincia, San Andrés Tuxtla, y nadie en la poesía.  Pero el quinto libro, Mar de fondo, tendría otra historia.

Por recomendación de su amigo Pedro Orgambide lo postularía en 1982 al premio más importante de poesía en México, el Aguascalientes. Apenas pudo creerlo cuando lo ganó.

"Resulta que eso me dio dos cosas muy importantes", cuenta en entrevista: "la publicación del título en Joaquín Mortiz, que para mí significaba dejar de pagar con mi propio dinero mis cuadernitos, y un viaje a Nueva York durante 15 días, que fue una apertura de mis ojos a otra imaginación".

Es con el Aguascalientes que Hernández zanja el verdadero comienzo de una trayectoria que lo posiciona como uno de los poetas mayores de las letras mexicanas, ahora galardonado con el Premio Nacional de Ciencias Artes en el campo de la Literatura, distinción que se suma al Pellicer que recibió por Habla Scardanelli.

También recibió el premio Xavier Villaurrutia por Moneda de tres caras; al Sabines por Diario sin fechas de Charles B. White, y al López Velarde por el conjunto de su obra, que también integra títulos como Oscura coincidencia, En las pupilas del que regresa, Mascarón de prosa, Soledad al cubo, Imán para fantasmas y Mi vida con la perra; la "perra", que no es otra que la depresión que lo ha asaltado desde que tiene memoria.

Porque ha tenido distinciones, amores, amistades y dos hijos, pero la enfermedad, esa "perra", sigue allí... Si ha sido feliz, sólo alcanza a responder: "Pues encontré una manera de estar".

Hernández trabajó como creativo publicitario durante 29 años; a él pertenece la campaña que pintó de verde a Santa Clos como emblema navideño de Fuji.

"Creo que no se puede vivir de la poesía", indica: "Para la poesía, desde luego, pero no de la poesía. Yo viví de la poesía hasta que salieron las becas y pude dejar la publicidad..."

Soledad y locura

Define el conjunto de su obra a partir de una recurrencia a escribir desde la poesía retratos, "poetografías" de personajes reales e imaginarios, así como la soledad y su locura.

Desde su segundo libro, Portarretratos, ya asoma el interés, consolidado en títulos como Moneda de tres caras, donde hablan los personajes de Schumann, Hörderlin y Georg Trakl, acechados los tres por depresiones y problemas mentales y de drogas.

"Trakl muere por una sobredosis de cocaína en 1914", recuerda el poeta. El tono alcanza su última publicación, Una forma escondida tras la puerta, protagonizado por una solitaria Emily Dickinson, rechazada por los editores de su tiempo.

"Antes quizá no era tan declarado, pero de pronto mi poesía se empezó a decantar hacia esos personajes", indica Hernández.

También acaba de concluir un libro sobre el Mal de Graves, enfermedad que apunta hacia la ceguera y que ataca a Leticia, su mujer. Lo desata ella misma una tarde que se peinaba frente a un espejo: "Ahora me estoy peinando con mis recuerdos", dijo entonces.

La frase se convertiría en el primer verso de una larga cantata entre una enferma y dos personajes más, el médico Robert Graves, quien da nombre al mal, y el poeta homónimo inglés.

"Una de las más grandes soledades que hay, supongo, es dejar de mirar", dice Hernández mientras en su voz vuelve a asomar la "perra".

Al leer el conjunto de tu obra, uno podría preguntarse si encontraste la felicidad... Pues encontré una manera de estar... Está también el cariño de mis hijos. Que venga uno de ellos desde Los Ángeles para estar conmigo tres días, dejando su trabajo, es algo que podríamos llamar la felicidad, o ¿no? Y eso es lo que ahora valoro y me digo que no tengo por qué quejarme, pero aún así la enfermedad acaba siendo más poderosa que Dios.

Puede ignorar todo y decirme: 'No se te olvide que podrás tener este reconocimiento, estos premios, todos los amigos que tienes, el cariño de tus hijos, pero estoy aquí... No se te olvide que estoy aquí'.

"Soy un deprimido desde niño, y lo que hago tiene que ver con todo eso... No me inventé a la 'perra' porque sí. He convivido con esa 'perra' durante muchos años de antidepresivos y pastillas para dormir".

Lo más leído

skeleton





skeleton