Crónicas urbanas: DF, atracos en descampado

El robo a transeúnte está clasificado como el segundo delito de alto impacto social en la capital, cuyas denuncias rebasan las mil cada día.

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Según la Secretaría de Seguridad Pública del DF hay 72 mil 124 “elementos operativos en activo” que protegen la metrópoli. (Alfredo San Juan/Milenio)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO, D.F.- Cecilia fue asaltada sobre Balderas, una céntrica y concurrida avenida de la capital; y pidió auxilio, pero nadie la ayudó ni vislumbró a ninguno de los 72 mil 124 “elementos operativos en activo” que, según la Secretaría de Seguridad Pública del DF, protegen la metrópoli, donde el número de denuncias por robo a transeúnte en la vía pública, según definición oficial, oscilan entre mil 100 y mil 400 cada mes. Otra cifra, la llamada cifra negra, la que agrupa a quienes guardan silencio, baila en la oscuridad.

Eran las 15:20 horas.

Ese día, el pasado jueves 16, la joven, de aspecto frágil, inició su caminata de la calle Allende, centro de la ciudad, rumbo a su trabajo, ubicado sobre Morelos, de modo que enfiló sobre Juárez y más tarde giró en Balderas. En ese momento recibió una llamada a su celular, un iPhone 4s, y respondió mientras caminaba. Pasó un minuto y guardó el aparato en el bolso de su chamarra y siguió su marcha sobre la acera.

Caminó unos diez pasos, sin percibir nada raro, pero alguien, un individuo de gorra, comenzó a seguirla y llegó hasta ella, la atenazó del brazo y exigió:

—¡Dámelo!

—¡No te voy a dar nada! —respondió Cecilia, de 23 años, quien, mientras lograba quitarse la mano que atenazaba su brazo, observó el rostro del joven, menor que ella, y siguió su marcha.

Pero el agresor la encaró y la sujetó con más violencia, la sacudió del brazo y a bocajarro lanzó improperios.

— ¡Que me lo des, hija de la chingada; al chile, cabrona, o vales verga! —vomitó el atacante, y fue entonces cuando Cecilia comprendió que se trataba de un asalto.

Y su primera reacción fue intentar correr, pero el asaltante le agarró la bolsa y la jaloneó, sin importar que cinco mirones de palo y otros abúlicos observaran el forcejeo.

De repente, en flashbacks, por la mente de la muchacha desfilaron imágenes de la computadora y la cámara y el micrófono que traía en su mochila, por lo que decidió cumplir con la exigencia del delincuente y así evitar que el robo fuera mayor:

—¡Toma, ya déjame en paz!

Y entonces miró hacia todos lados, en busca de ayuda, pero corroboró la falta de solidaridad de quienes la rodeaban, que más bien semejaban zombis.

Y gritó:

—¡Me están asaltando!

El atracador, tez blanca, cabellos rizados, titubeó por un instante y huyó sobre la acera y dobló sobre Independencia.

Y Cecilia corrió tras él.

—¡Agárrenlo, agárrenlo, ese hijo de puta me robó el celular! —suplicaba la joven, pero era como gritar en el desierto.

—¡Ahorita lo alcanzo! —le dijo un acomedido motociclista que apareció frente al teatro Metropolitan y que se perdió en el horizonte.

La víctima supuso que más bien se trataba de un cómplice, y conjeturó bien, pues los asaltantes nunca actúan solos, y lo más probable es que éste fuera lo que en el argot policiaco denominan “muros”, que sirven para desviar la atención o respaldar a sus compinches.

La muchacha lloró.

—Este es el pan de cada día… —le dijo una señora, a manera de consuelo, pero Cecilia gimoteó más fuerte.

En la noche, al llegar a casa, allá por el Desierto de los Leones, su mamá le preguntó cómo se sentía. Ella sonrió, porque, además del “ridículo por intentar perseguirlo”, recordó, “me dio impotencia que ninguno de los que vieron los empujones y escucharon los gritos, haya hecho algo”.

Esa tarde, víspera del Día del Policía, no había ninguno de éstos sobre Independencia, arteria que, en cambio, se atiborra de azules durante la presentación de espectáculos en el Metropolitan, o cuando ese espacio es ocupado por el gobierno local para promover sus acciones, o cuando es alquilado por políticos para hacer campaña.

Lo más probable es que a Cecilia no le interese saber que a veces otras víctimas han corrido con suerte y sí, en efecto, localizan a policías que, incluso, atrapan ladrones.

Pero lo que más rabia le dará es saber que su teléfono podría ser vendido en algún tianguis o, sin ir más lejos, a pocas cuadras de donde se lo robaron: en las banquetas del Eje Central Lázaro Cárdenas.

***

Ocurrió el pasado 14 de noviembre. Contrario al caso de Cecilia, policías de la Secretaría de Seguridad Pública, adscritos a la Unidad de Protección Ciudadana Pradera, según comunicado oficial, detuvieron a dos presuntos asaltantes, que momentos antes habían atracado a un transeúnte.

En el momento que fue asaltada, la víctima caminaba en la confluencia de la calle Puerto Progreso, esquina con Puerto de Mazatlán, delegación Gustavo A. Madero, cuando los dos individuos, uno de ellos armado con una pistola, lo interceptaron y lo amenazaron para quitarle sus pertenencias.

Y aquí —contrario al caso de Cecilia— los vecinos, quienes se percataron del ilícito, se apresuraron a buscar auxilio, y cuando los ladrones iniciaban la huida, fueron denunciados ante los elementos de la patrulla P05-06, quienes realizaron su recorrido de vigilancia en las inmediaciones.

Y con las características de los presuntos ladrones, añade el texto oficial, iniciaron el rastreo de éstos, a quienes cuadras más adelante ubicaron y les marcaron el alto.

“Al realizarles la revisión preventiva, se les encontraron diversos objetos del afectado, así como una pistola calibre .38 especial, marca Jennings Bryco, automática, de fabrica- ción estadunidense”.

***

El bullicio es cada vez más grande. El barullo se percibe aún más en algunos espacios, de modo que es necesario esquivar a quienes vienen en sentido contrario sobre la acera de Lázaro Cárdenas, donde comercios establecidos muestran ofertas del Buen Fin y cuyos letreros son aprovechados por vendedores de teléfonos en puestos callejeros.

Y suelta un reclamo:

—¡Yo vengo a que me lo garantice! —exige una señora a uno de los dos jóvenes que atiende su pequeña mesa con aparatos telefónicos.

—Espéreme, señora —pide el vendedor, quien trata de examinar el aparato que salió defectuoso.

—¡No, garantízamelo! —exige la doña.

Y la clienta insiste en exigir a quienes corean: “¡Compra-venta-cambio-querías-vender-comprar-reparar!”

Es una franja que inicia en Salto del Agua, ya conocido como “el tramo de la impunidad”, pues allí mismo se realizan esporádicos operativos para detectar ventas ilegales, mientras que agentes de Investigación han descubierto a presuntos que venden teléfonos robados.

“Flexeo y cambio de compañía”, ofrecen en carteles y muestran una gran cantidad de celulares de todas las marcas y modelos. “Compra, venta y cambio”. Cerca de lo que era el cine Teresa, ahora convertido en plaza comercial, es donde más se concentran.

Contrastan las exclamaciones de ambulantes con algunos establecidos, que tratan de pintar su raya y por eso sus empleados especifican sobre la banqueta: “Aquí se los reparamos al momento, delante de usted, cualquier teléfono o videojuego, garantizado, o su cargador de laptop, garantizado, se lo desbloquemos al momento”.

Y de una bocina salen frases que golpean oídos: “¡Aquí no se le roban piezas. Es lo más importante. Aquí su iPod, MP3, MP4, cualquier videojuego, garantizado, pásele, aquí no se le roba nada”.

Por algo pintan su raya.

Con vecinos incómodos.

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