Crónicas Urbanas: Policía 'huele' robos de autos y viviendas

La mezcla del método científico y la experiencia son dos formas de encaminarse a una investigación exitosa.

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Muchos delincuentes roban sin cometer violencia para poder salir libres bajo fianza. (www.femenino.info)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio

MÉXICO, D.F.- El agente Carlos, egresado de la UNAM e integrante de la segunda generación del Instituto de Formación Profesional de la procuraduría local, era —es— consciente de que la mezcla del método científico y la experiencia, ésta aprendida de un viejo amigo, son dos formas de aproximarse de manera más eficaz por la ruta de una investigación exitosa.

Lo comprobó una vez más aquel día, finales de 2012, cuando siguió las normas de la indagación, sumadas a la astucia que debe poseer un sabueso que se precie de serlo: resolvió el caso de un robo a casa habitación, delito por el que en ese año, según cifras oficiales, hubo 7 mil 292 averiguaciones previas, de los cuales en 6 mil 475 casos no fue usada la violencia.

Los delincuentes comprendieron, finalmente, que cometer ese delito sin violencia significaba que, de ser apresados, podían salir libres bajo caución; no así en caso contrario, pues aumenta el castigo, como sucedió con los 817, por lo que las estadísticas se han revertido y aumentó el número de los clasificados como de “bajo impacto social”.

La observación que hace Carlos, egresado de la entonces ENEP-Acatlán, se ajusta con el recuento oficial, por lo que no hay dudas sobre su percepción, además de que 13 años como investigador son suficientes para tantear el modo de urdir de los infractores, a tal grado que la víctima del caso más reciente que resolvió quedó agradecida por su eficacia.

Y aquí está Carlos, quien narra ciertas hazañas con entusiasmo, pero sin jactancia, pues sabe que para eso le pagan; y se refiere a la pesquisa más reciente, animado por la víctima, quien no deja de sorprenderse del resultado y los pasos que siguieron para descubrir al presunto culpable que entró a su departamento y robó 10 mil pesos de una taza.

La vasija fue la pista.

—¿Por qué?

—Allí estaban las huellas.

***

La primera fiscalía donde laboró Carlos, de 41 años, recién egresado del Instituto de Formación Profesional de la Procuraduría General de Justicia del DF, fue en la Especializada en Delitos Cometidos por Servidores Públicos.

Fue en 2001.

Allí estuvo tres años.

“Fue muy complicado. La verdad es que no éramos bien recibidos”, comenta, como si llevara una piedra en la espalda.

—¿Por qué?

—Porque detienes a los compañeros. Que por extorsión, que por cohecho, que por abuso de autoridad. Lo haces con órdenes de aprehensión.

—¿Qué sintió la primera vez?

—Tenía la orden de llevar a una persona al reclusorio. Me tuve que tomar dos copas. Me tocó ingresarlo.

—¿Era policía?

—Sí, un preventivo. Había orden del juez para internarlo por abuso de autoridad. Era un delito grave en aquel entonces; ahora no lo es.

No le agradó esa orden, pero tenía que cumplirla. Primero investigó el domicilio; luego, él y su compañero hicieron guardia afuera del inmueble. El presunto salió a las 5:30 de la mañana.

—¿Y usted qué le dijo?

—Que tenía un mandamiento judicial y lo teníamos que llevar al Reclusorio Norte.

—Y él lo sabía?

—Sí. Lo que no sabía es que ya se le había consignado. Y es que no le dan seguimiento a su averiguación previa.

—¿Y de eso qué aprendió?

—Que el servidor público tiene que conducirse con apego a derecho. Quiero decirle que también sumé muchos amigos —dice mientras señala a un agente de la vieja guardia que le enseño una lección: observar.

—O sea, aguzar los sentidos.

—El arma más poderosa que tiene el policía —dice, sin dejar de mirar al jubilado investigador— es la vista.

Un día, relata, estaban los dos amigos en la calle y frente a ellos pasó un auto. El viejo sabueso le dijo:

—Es robado, síguelo.

Y Carlos bromeó:

—No esté chingando.

—Es robado.

—¿Y por qué sabes que es robado? —preguntó, mientras veía alejarse el automóvil.

—Porque es de reciente modelo.

—¿Y qué?

—Está muy empolvado.

Fue una de las lecciones.

En esa ocasión, 2004, ya estaba en la delegación Gustavo A. Madero, donde le tocó investigar uno de los asaltos más violentos, pues hubo tres policías muertos: un custodio de una camioneta transportadora de valores y dos bancarios.

Eran las 8:20.

Escuchó del Centro de Mando: “Hay una balacera en la Plaza Torres de Lindavista; al parecer es un robo”. Carlos y otro compañero se dirigieron al lugar. El tráfico era infernal.

Por fin llegaron y peinaron la zona. Sobre el piso, junto a la camioneta baleada, estaba el cuerpo sin vida del vigilante que llevaba las bolsas con dinero. Los peritos contarían más de 300 balas disparadas con rifles de asalto. En el interior de la plaza, dos cadáveres de policías.

Llegaron más agentes, preventivos y de la Judicial, para resguardar el lugar. El agente del Ministerio Público y los peritos anotaron el calibre de las armas: 1.23. Los investigadores entrevistaron testigos y siguieron husmeando.

Salieron al estacionamiento y en el piso hallaron un celular. Pidieron a policías preventivos custodiar el teléfono hasta que llegaran los peritos, quienes iniciaron el estudio de criminalística y balística.

Carlos y sus compañeros comentaron al agente ministerial que podría haber indicios en el teléfono, por lo que solicitaron a especialistas analizar las llamadas antes, durante y después del acto delictivo.

Y fue lo que les dio la pauta, relata Carlos, después de dos meses de investigación, para rastrear al líder de la banda: le echaron el guante afuera de una casa, en la colonia Ticomán, cuando salía de una fiesta.

***

El agente Carlos fue cambiado de adscripción en la delegación Benito Juárez y de ahí a Tlalpan donde, en agosto del año pasado, lo comisionaron en la Unidad de Investigación sin Detenido.

Un día le ordenaron investigar un robo a casa habitación en la colonia Volcanes, donde encontraron como indicio el “fragmento dactilar útil en una taza”, de la que habían robado 10 mil pesos.

El perito cotejó “la huella útil” y la prueba resultó “positiva”en la persona de Alexis, por lo que se convirtió en “probable responsable” del delito de robo a casa habitación sin violencia, infracción por la que había estado en el reclusorio y del que había salido hacía diez días.

Carlos y su compañero hicieron exploraciones de campo y hurgaron en la base de datos interna; supieron entonces que Alexis había estado en la cárcel por ese tipo de delito, cometido en la colonia Mesa de los Hornos, aunque en esa ocasión dio como domicilio el Primer Andador de Volcanes, una dirección que no existía, como comprobó Carlos, por lo que él y su compañero analizaron que podría haber cerradas y privadas, y fue así como ubicaron Primer Cerrada de Volcanes.

Habían transcurrido ocho días, lapso durante el cual vigilaron los alrededores, sin dar con el presunto, a pesar de que tenían indicios de que ahí recalaba. Un día preguntaron por él, con el pretexto de que no había ido a firmar al reclusorio, pero les dijeron que solo había ido dos veces.

“Eso quiere decir que si no tiene domicilio fijo puede sustraerse a la acción de la justicia”, reflexionó la pareja de investigadores y aplicaron lo que denominan “caso urgente”.

Y el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, hicieron un operativo. Esa mañana el muchacho salió de la casa de su padre, y Carlos le preguntó:

—Oyes, busco a Alexis.

—Yo soy José —respondió.

Y Carlos mostró la foto:

—Tú eres éste, mira.

Él presunto creía que se lo llevaban por no haber cumplido con su obligación de firmar en el reclusorio; la realidad es que, le aclaró Carlos, “te llevamos porque el agente del Ministerio Público giró una orden de localización y presentación en tu contra por el delito de robo a casa habitación, así es que avísales a tus vecinos que te vamos a llevar”.

A los 20 minutos llegó el padre del joven, a quien Carlos le dijo que había una huella dactilar de su hijo en la taza, pero el presunto no aceptaba, por lo que el detective le dijo: “la dactiloscopia utiliza métodos científicos y no hay margen de error”.

Y Alexis enmudeció.

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