El milagroso rescate de la niña Valeria

Walter Pereira, un tendero salvadoreño de 23 años, jugó un papel importante para resolver este caso.

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Valeria con su familia ya en su casa en Texcoco. (Agencias)
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(El secuestro de una niña de cuatro años de edad en el Estado de México, que fue recuperada en El Salvador, acaparó la atención del país, y trascendió fronteras. El reportero de MILENIO, Víctor Hugo Michel, realizó esta crónica que describe una serie de acontecimientos que se concatenaron para que la menor pudiera regresar con sus padres).

Víctor Hugo Michel/MILENIO
SAN SALVADOR, El Salvador.- Walter Pereira, de oficio tendero, admite no saber por qué esa madrugada del pasado 12 de abril tomó la bicicleta de los mandados y salió en persecución de un secuestrador que podría haber estado armado. Fue una de esas cosas que no se piensan. Algo que simplemente pasó en el momento, según el portal de Milenio.

“Cuando vi que echó a correr por la ruta me decidí a seguirlo. No podía dejarlo escapar”, dice este salvadoreño de 23 años. De forma inesperada, jugó un papel clave en la resolución del plagio de Valeria Hernández de Jesús, la niña mexicana cuyo secuestro movilizó a México y se convirtió en uno de los casos de rapto infantil de más alto perfil de los últimos años.

A esas horas de la mañana —eran las 6:30 del viernes— la escena debió parecer extraña a los pocos vecinos despiertos de San Antonio, un poblado del Sonsonate no muy distante del cruce fronterizo de Hachadura, la principal vía de acceso de Guatemala a El Salvador. Un hombre regordete corría entre el lodo. Era seguido de cerca por otro, a bordo de una bicicleta.

Eran Pereira y Vladimir Valencia. El primero iba en persecución del segundo, el migrante salvadoreño que supuestamente plagió a Valeria a principios de abril en una plaza de Texcoco, mil 500 kilómetros al norte. “No es como si yo quisiera atraparlo”, cuenta Walter. “Pero pues… si no lo seguía, de seguro iba a quedar libre”.

Por la mañana del día anterior, Vladimir había involucrado inadvertidamente a la familia de Pereira en el caso de Valeria. Había dejado a la niña encargada en la tienda de su madre, un minúsculo local que abastece de abarrotes a los habitantes de San Antonio, a unos 10 minutos de la cabecera del departamento de Sonsonate.

“Tengo que hacer unos pendientes”, cuentan que dijo Vladimir, antes de dirigirse a la carretera. Eran poco menos de las 11 de la mañana.

Protegida por sus ángeles

Separada por primera vez en casi dos semanas de su captor, Valeria se convirtió en objeto de la curiosidad de los vecinos.

“Luego luego vimos que su acento no era de acá”, dice Margarita Gil, una de las primeras vecinas en acercarse a la niña. “Pobrecita. Tenía sus canitas (piernas) todas rayadas. Me dijo que porque había estado caminando en el monte y se había caído”.

Lo que sucedió después es algo tan poco probable que resalta el carácter poco común, milagroso le dicen, del rescate de Valeria. Si cualquiera de los siguientes elementos no se hubiera conjuntado, la historia bien podría haber terminado de forma diferente.

Primero: Valencia dejó a la menor justo en una tienda por la que vecinos de San Antonio pasan continuamente y en la que estuvo a la vista de propios y extraños por varias horas. La dueña del local, Aquilina Zarceño, ayudó a llamar la atención sobre lo que pasaba: se encargó de contar a todos sus clientes de lo sucedido.

Uno a uno, los vecinos de la tienda se enteraron de lo sucedido e hicieron sus propias preguntas a la niña, sentada sobre el mostrador. Poco a poco fue tomando forma su relato. “Vivo en Texcoco”… “este hombre no es mi papá”… “llevo varios días caminando”… “vengo de la plaza Bicentenario”… “me dijo que me iba a dar un conejito”… Del acento les quedaba claro que no era salvadoreña.

Coincidencias y unión de vecinos en El Salvador hicieron posible el rescate de Valeria.

Segundo: exactamente en la casa de al lado, una vecina, Mildred de Serrano, cuenta con antena satelital. De todos los canales disponibles, de una paleta que incluye estaciones costarricenses, salvadoreñas, venezolanas y colombianas, disfruta de ver televisión mexicana. Y de todas las opciones a la mano, se había topado días antes con la fotografía de la niña raptada en Laura, un programa del Canal 2. Por eso, cuando acudió a la tienda a ver de qué trataba el barullo, pudo hacer la conexión: sospechaba que era Valeria, aunque le faltaba la confirmación. “Me dijo que era de México”, cuenta. Un canal más o un canal menos y jamás habría visto la historia.

Ahí es donde entra la tercera coincidencia: el vecino de la casa a la izquierda del tendejón, Carlos Márquez, tiene una de las pocas computadoras de la zona. Al escribir los términos “niña perdida en México” pudo verificar en Google que, en realidad, se trataba de Valeria. Decidió utilizar las redes sociales para difundir el hallazgo, lo que eventualmente ayudaría a que las autoridades mexicanas se enteraran de lo que había sucedido.

“Le tomé una foto con mi cámara y subí su imagen a Facebook y fue cuando empezó a compartirse por todos lados que teníamos a la niña mexicana aquí con nosotros”, dice. En cosa de horas la imagen ya se había vuelto viral y contaba con cientos de likes.

Y está el cuarto punto: Walter. Un tendero que decidió arriesgarse para que Vladimir fuera atrapado por la policía.

Lo que sugieren esas cuatro coincidencias es que, en un principio, el rescate de Valeria y la caída de Vladimir no tuvieron nada de policiaco. No fueron un asunto de inteligencia gubernamental, ni de corporaciones de seguridad haciendo su trabajo. No hubo emboscadas que atraparan al secuestrador.

En realidad, todo fue producto de una serie de casualidades que se concatenaron para que la menor pudiera regresar a su casa: desde una vecina ávida de un programa en particular de la televisión mexicana y una tendera que aceptó a recibir a una perfecta extraña por unas horas, hasta comerciantes valientes que decidieron salir a la caza de un plagiario.

Y, por supuesto, un error de Vladimir. Pudo dejarla tres casas a la derecha, donde no hay luz y, por ende, televisor. O cinco a la izquierda, donde vive un hombre solo que probablemente jamás ha oído de Laura, Texcoco o niñas de coletas que desaparecen a plena luz del día en el Estado de México.

Pero no lo hizo. Dejó a Valeria en el único punto donde todo operaba a favor de su regreso a casa.

¿Existen complices?

“Esto es solo la punta del iceberg”: eso es lo que sostiene Ludín Caballero de Chávez, directora de Operación de Programas de Save The Children, una organización no gubernamental salvadoreña dedicada a combatir la trata infantil.

En entrevista, advierte que el caso de Valeria prende las alertas desde México a Centroamérica, pues demuestra que existen huecos enormes en las defensas de la región en lo que se refiere al combate a la trata de menores.

“Esto nos alude a que hay participación de muchos otros actores”, consideró. “Por favor. Esta persona tuvo que alojarse en un hotel, subirse a un camión, pagar un taxi, para que lo trasladaran. Aquí hubo participación de muchas más personas”.

El argumento que Caballero de Chávez esgrime es simple: ¿cómo puede una menor de 4 años recorrer mil 500 kilómetros sin que nadie se dé cuenta? “El caso de esta niña demuestra que es enorme el reto para seguir fortaleciendo las instituciones y definir mecanismos claros, precisos y sencillos para identificar a víctimas”, dijo.

Las declaraciones de Caballero de Chávez se suman a las de Smirna de Calles, jefa de la Unidad Especializada de Tráfico Ilegal y Trata de Personas de la Fiscalía de El Salvador. “No es posible que una niña haya venido sola con un sujeto sin mayores contactos y pasando por diferentes países”, declaró a medios la semana pasada.

 “No es posible que una niña haya venido sola con un sujeto sin mayores contactos y pasando por diferentes países”

Por supuesto, en sentido contrario están las declaraciones de Vladimir. Ya detenido y sujeto a proceso, asegura haber actuado en todo momento solo, sin la asistencia de nadie.

Su versión: secuestró a la niña porque quería “hacerla ciudadana centroamericana” y adoptarla.

Por lo pronto, su abogada, Ana Lidia Cuéllar, le aconsejó no seguir ofreciendo testimonios que le incriminen aún más.

Y planea presentar un argumento de defensa con el que espera reducirle el peso de la sentencia: su cliente no estuvo en Texcoco.

“Hay que hablar con la embajada mexicana para demostrar en qué momento la niña fue sustraída y por quién. La misma menor manifiesta en su declaración que ignora quién la sustrajo”, sostuvo Cuéllar a finales de la semana pasada.

Tocará a los juzgados salvadoreños sopesar cuál es la versión verdadera. Lo cierto es que sobre el viaje de esta niña a Centroamérica hay pocas certezas y varias preguntas apiladas. Son huecos que al momento no han sido esclarecidos por las autoridades de uno y otro país, y que permanecen en el misterio ante la comprensible decisión de su familia de no interrogarla. No quieren profundizar la experiencia traumática que vivió en días recientes.

“No hemos ahondado con ella sobre el tema. No le hemos preguntado a dónde fue, porque no queremos perturbarle la mente cuestionándola (sobre los detalles). Vamos a dejar que ella nos diga algo, si es que nos quiere decir algo”, señaló Ana Cecilia de Jesús, madre de Valeria, a quien hoy protege de forma constante un equipo de policías del Estado de México. “Si no nos lo quiere decir, no nos lo dirá”.

De entrada, estas son algunas dudas que siguen abiertas en el caso:

¿Cómo salió de un Texcoco prácticamente levantado en armas? ¿Cómo cruzó la mitad de México y tres fronteras internacionales en medio de una alerta Amber? ¿Cómo burló retenes de policías estatales, municipales, ejércitos y autoridades migratorias? ¿Cuál era su destino final?

Otro hueco por definir es el de qué pasó en los días siguientes al secuestro. ¿Dónde estuvieron Vladimir y la niña? Una declaración de Mildred de Serrano, la vecina que había visto a Valeria en la televisión, da una idea:

“Le pregunté a la niña dónde se quedaba a dormir. Y me dijo que en varias casas”.

Rápido regreso a México

Alertada por los vecinos, la Policía Nacional Civil de El Salvador llegó a la tienda por la tarde del 11 de abril para rescatar a Valeria. Obviamente, no se pudo detener a Vladimir. Al ser interrogada, Aquilina simplemente dijo lo que sabía: “El hombre se fue hace rato”.

Valeria fue llevada a la comandancia local, desde donde se contactó a la embajada de México, que ordenó a un cónsul trasladarse a Sonsonate de inmediato. La tramitología para lograr su entrega tomó varias horas.

Pese a todo, en la madrugada del sábado Valeria estaba ya en territorio mexicano. Para evitar cualquier contratiempo, se determinó llevarla fast track a la residencia del embajador, Raúl López Lira, en un auto con placas diplomáticas. (Bajo derecho internacional, tanto la casa como el vehículo son considerados parte de México). La estrategia de la embajada era evitar cualquier trámite burocrático que pudiera entorpecer su repatriación inmediata. O peor aún, que la fiscalía de El Salvador pudiera llamarla a declarar como única testigo de lo sucedido.

De haber sido llamada a rendir su testimonio, la estancia de Valeria en El Salvador se habría alargado quizá una o dos semanas, tiempo durante el que se le hubiera obligado a dormir en una estancia infantil del gobierno salvadoreño. El riesgo de incrementar su trauma estaba latente.

“Teníamos que hacer las cosas rápido. Imagínese lo que esta criatura de 4 años debió estar viviendo, sufriendo y pasando. Esa era nuestra principal premura: enviarla a su casa, con su madre, lo antes posible”, expuso el embajador López Lira.

Valeria permaneció un día bajo protección diplomática, encerrada a piedra y lodo en la residencia de México. Estaba a salvo por completo por vez primera en casi dos semanas. Pero faltaba su evacuación.

No tomó demasiado tiempo. A las 7 de la mañana del 14 de abril, solo tres días después de que Vladimir la había dejado encargada en una tienda del departamento de Sonsonate, Valeria estaba a bordo del vuelo de Aeroméxico a la Ciudad de México.

No quitó los pies de los pedales

Walter aprendió ese viernes a manejar la bicicleta y hablar por teléfono al mismo tiempo. “Le iba diciendo a la policía dónde estaba para que pudieran atrapar a este tipo”, menciona.

La insólita persecución entre el lodo se prolongó por casi media hora, hasta que de alguna forma Vladimir eludió a Walter y alcanzó la carretera que lleva a Hachadura. Ahí, tomó un camión de transporte público en la carretera. Parecía estar cerca del escape.

Y sin embargo, Walter no cedió. Decidió seguirlo, aún en medio del tráfico de la mañana.

“Lo perseguí hasta alcanzarlo. ¡Casi me levantan (atropellan) en la carretera! Pero mi objetivo no era agarrarlo, sino no perderle la vista, evitar que se fuera”, insiste. “Le dije a la policía cuál era el camión y por dónde iba”.

Varios kilómetros adelante, la policía por fin acudió al llamado de Pereira. Vladimir, quien después proyectaría una imagen lastimosa —un hombre regordete, descalzo, presto a romper en llanto ante las cámaras— fue detenido sin oponer resistencia.

Walter aún sonríe cuando recuerda el momento en el que le vio descender del camión, esposado. “Me miró como si me quisiera regalar flores”, afirma el tendero de la bicicleta.

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