Ataúdes que se mueven solos

En 1812, en la isla de Barbados se reportó que los féretros de un mausoleo se movían solos; el fenómeno también pasó en Yucatán.

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Casos parecidos se han escuchado, incluso en Mérida, pero sin pruebas que lo sustenten. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Pamela Fuentes, de la ciudad de Mérida, solicitó la semana pasada que hablaramos sobre los “ataúdes que se mueven sólos”, ya que había escuchado que fue un fenómeno real y comprobado científicamente, ocurrido hace muchos años en México.

En realidad, esto pasó en la isla de Barbados y en efecto, se hicieron estudios científicos serios, pero no pudieron obtener una explicación lógica al movimiento de los ataúdes; algo parecido ocurrió en el cementerio general de Mérida, pero, antes de comentarlo, hablaré brevemente del caso internacional, el cual, incluso inspiró la publicación de un libro.

En Barbados

El 6 de julio de 1812, en Oistin (Isla de Barbados), un grupo de enterradores se dirige al cementerio de Christ Chursh llevando los restos mortales de la señora Dorcas Chase. En el panteón familiar, una edificación sólida, construida con grandes bloques de coral unidos con cemento, se encuentran ya los ataúdes de dos personas enterradas cinco años antes. 

Cuando los sepultureros encienden sus quinqués, se encuentran con una visión realmente aterradora. Un ataúd había sido movido hacía un rincón y el otro se encontraba ahora pegado contra la pared opuesta a la entrada. Los enterradores y familiares asistentes no dan crédito a sus ojos y la tumba es de nuevo cerrada con gran dificultad, no sin antes haber depositado en el suelo el féretro de Dorcas Chase y puestos de nuevo en su sitio los otros dos.

Nadie comprendía cómo unos ataúdes, a la sazón revestidos de plomo, habían sido removidos en semejante lugar. En un intento por buscar culpables y racionalizar lo sucedido, se acuso a los esclavos negros de tal profanación.

Nada de todo aquello tenía el menor sentido, pues los ataúdes, aparte haber sido movidos, no habían sufrido ningún deterioro ni faltaba pieza alguna que hiciera pensar en un robo. ¿Era posible que los negros se tomaran una molestia tan grande para obtener unos resultados tan insignificantes? 

Cuatro años después, la losa fue de nuevo levantada para enterrar a un niño, los ataúdes volvieron a encontrarse desordenados. Como en ocasiones anteriores, la culpa recayó otra vez sobre los negros, quienes insistieron en que no habían sido.

A los pocos meses se creó una gran expectación en Oistin, cuando otro difunto fue trasladado al panteón familiar de los Chase. Una gran multitud se congregó en el lugar para observar los extraños movimientos de ataúdes. Cuando la bóveda fue abierta… ¡todos los féretros habían sido cambiados de lugar!

Las paredes, el suelo y el techo, seguían estando en buen estado y no existía recodo alguno por el que pudieran pasar los posibles bromistas. Los ataúdes fueron reordenados, y la pesada losa fue vuelta a cimentarse en su sitio. 

Durante tres años, el panteón, que no había sido vuelto a abrir, fue objeto de la visita de los curiosos. Su fama llegó incluso a Europa y muchos fueron los que tomaron interés por ese misterioso cementerio de Barbados. 

Volvieron a desplazarse

El 17 de julio de 1819, usaron de nuevo el mausoleo; era tal la expectación que hasta el gobernador acudió. Y sus ansias quedaron satisfechas pues, cuando los albañiles retiraron la losa, los ataúdes del interior se hallaban otra vez desordenados y desperdigados por todo el lugar.

El registro que se hizo por los peones fue realmente exhaustivo, pero, como en ocasiones anteriores, no se encontró ningún indicio de profanación. Los féretros fueron entonces colocados en su sitio y se decidió recubrir el suelo entero de fina arena, para descubrir las huellas del posible culpable. Cuando la bóveda volvió a ser tapada, el vizconde de Combermere y dos funcionarios, marcaron el cemento con su sello, formando así una 'cerradura' infranqueable.

El 18 de abril de 1820, el panteón volvió a ser abierto y de nuevo aparecieron los ataúdes en diferentes sitios, el cemento estaba intacto y los sellos oficiales seguían en su lugar, sin haber sufrido ninguna perturbación. Nadie daba crédito a lo que estaba pasando.

Los cada vez más aterrorizados negros comprobaron que un ataúd se encontraba ahora empotrado en la pared del fondo, y de tal manera, que incluso el muro había sufrido daños.

Los demás féretros estaban diseminados por el suelo de forma caótica. El exterior de la bóveda seguía estando tan sólido como siempre, por lo que nadie podía haberse colado dentro por algún resquicio, y la fina arena depositada en el pavimento interior, no presentaba muestras de huellas o de presencia humana. Si alguien había entrado allí, dijo el gobernador, desde luego no era de este mundo.

Desde aquel día, los ataúdes no volvieron a dar motivos para el misterio, pues fueron sacados de la bóveda y trasladados a otros lugares del cementerio. Jamás se llegó a saber qué ocasionó semejante suceso incongruente y nunca más se le volvió a dar publicidad. 

En Yucatán, a mediados del siglo pasado se supo de un caso similar en el panteón general, pero el hermetismo guardado en esa época y el poco interés prestado por los familiares hizo imposible hacer una investigación a fondo.

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