¿Caos sin luz?

La verdad que estamos amolados: tan lejos de Dios y tan cerca de los celulares.

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El apagón masivo en la Península de Yucatán, cortesía de la “empresa de clase mundial”, vulgus la CFE, ocurrido el martes a las 11:05 de la mañana, enseñó una gran fragilidad de la sociedad: caer casi en el pánico no porque la carne almacenada en su refrigerador se fuera echar a perder –como usualmente se dice-, ni tampoco si los cárcamos de agua podían surtir el vital líquido, sino porque los sistemas de internet quedaron semiparalizados y las fallas en los celulares también fueron masivas. ¡Oh, mi Dios!

En efecto, pocos se espantaron de que los semáforos de cientos de calles en Mérida no funcionaran, incluso esa circunstancia les permitía tener el pretexto de llegar tarde al trabajo o, simplemente, tomar el café con sus amistades. Pero la jugada no iba para allá. La mayoría de la banda estaba demudada porque sus aparatitos –no los que suelen tocar para otros menesteres- no funcionaban o, al menos, no al ciento por ciento.

Las escenas eran, de entrada, sorprendentes. Sujetos maldiciendo por los cuatro vientos, mirando con odio al celular, minutos antes, bien amado; las mujeres al borde de un ataque de histeria porque ya no podían chismear vía “wascop” o por el “face” con sus amistades; adolescentes con rostros de resignación al momento que aguardaban el populachero camión para dirigirse a su destino inmediato. O sea, como dirían los “fresones y fresonas”: “No manchen”.

Aquello era más importante que tener la propia luz en sus casas, el agua potable, los productos alimenticios conservados y, créanlo o no, la televisión prendida para pasar horas y horas viendo programas chafas de las dos televisoras públicas más conocidas, que ya no importantes. Al menos, algunos cientos ya contrataron sus canales por cable.

La fragilidad de no disponer de las malditas redes sociales para estar 23 de las 24 horas del día conectados al “youtube” y a cuanto nuevo servicio masivo de red social aparezca. Eso era en realidad lo que importó en el apagón generalizado que impactó a 1.7 millones de clientes de los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo. Entonces, ¿mejor disponer de energía eléctrica para que funcionen los celulares que tener el refrigerador a punto para beberse algunos litros de agua fría que refrescan hasta el espíritu con los calorones de hasta 42 grados Celsius?

PRIMERA CAIDA.- No quiero ni imaginar cualquier huracán, el más benigno que sea, azotando Yucatán y los humanos quejándose de que no funciona su “face”, valiéndole mother el servicio general de su casa.

SEGUNDA CAIDA.- ¿Qué tanto ha cambiado el ser humano con tanta tecnología que la prefiere mil veces, por así decirlo, que un refrescante vaso de agua?

TERCERA CAIDA.- La verdad que estamos amolados: tan lejos de Dios y tan cerca de los apagones y de los celulares.

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