Violencia en los sótanos sociales

No vale echarle la culpa a “la gente que llega de fuera” de lo malo que ocurre en Yucatán.

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No sé si a todos nos pase, pero a mí, cuando oigo, leo, veo o soy testigo de un hecho de violencia contra la mujer me causa pavor. Hay que repetirlo mil veces: nos ufanamos –sociedad y gobierno- de que somos el Estado más seguro (o uno de los más seguros) porque no ocurren aquí crímenes de alto impacto ni hay presencia visible de las bandas del narcotráfico y también porque, cuando hay un suceso como el ocurrido el sábado en una plaza comercial, los responsables casi nunca escapan. En este caso, los guardias de seguridad de la plaza deben ser considerados héroes al haber capturado al asesino sin ningún medio más que sus manos y su nula preparación para hechos como éste. Les debemos un reconocimiento.

Pero existe en el seno de la sociedad yucateca –agazapada en los sótanos, invisible y aterradora- una realidad lacerante: la violencia cotidiana contra la mujer, y no sólo física, que es la que más nos llama la atención, sino otra más peligrosa e infame: la dominación del macho, contra cuyo capricho no se mueve un pelo en el seno de la familia y que se transmite, como virus letal, de padres a hijos –y muchas veces de madres a hijos, a quienes ellas no los ponen a hacer tareas en el hogar en igualdad de condiciones que las hijas porque “son hombres” o ponen a las niñas a servir a los niños “para que se acostumbren” porque ese es su sino fatal: atender al varón y hacer su voluntad.

Esa costumbre ancestral que no queremos ver es la que salta con cruel violencia en sucesos como el asesinato de la mujer en la plaza comercial, el de la madre que luchó con arrojo y valor contra el padre de sus hijos hasta lograr tenerlos de nuevo con ella, aunque lo pagó con su vida, y de otros varios casos (por cierto, en este renglón es urgente contar con cifras confiables porque cada organismo que se ocupa de esto da números distintos: unos hablan de 57, otros de seis, siete u ocho…). En los oscuros rincones de la sociedad está presente todos los días y no sólo entre los sectores pobres y, por ende, más ignorantes (la historia nos habla del infame “derecho de pernada” en las haciendas porfirianas).

No vale echarle la culpa a “la gente que llega de fuera” y que viene a “contaminar” con sus feas costumbres a los buenos y pacíficos yucatecos. Eso es intolerancia.

Mientras esa llaga no sane, seremos una sociedad enferma y veremos más casos como éstos. Las mujeres no son nuestra propiedad.n

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