Yo tengo una mamá con capacidades especiales. Muchas. Y hoy escribo de ella porque quiero hablar del ejemplo que me dio para creer que lo podía hacer todo, esforzándome, atreviéndome. En estos días de tanta flojera mental, de los adultos llamados millennials a quienes no desacredito. Ya sé. Cada quien su generación. Pero pareciera que entre más joven eres, menos esfuerzo piensas que debes ponerle a la vida, porque al final: te lo mereces todo. No es así.

A mi mamá, el Universo le quitó la vista en algún momento de su vida, pero le dio una inspiración enorme para vivir, que yo trato de seguir al pie de la letra, aunque no siempre puedo.

Su lema es: “Para mí, la pulpa es pecho y el espinazo, cadera” y entiendo porque lo dice. Pareciera que su límite es el cielo cuando de hacer algo que necesita se trata.

Tiene 74 años pero encontró en Siri, la voz de su celular, una secretaria hábil quien le busca direcciones o mensajes de WhastApp y hasta chismes sobre la edad de alguna persona de la que no recuerda la fecha de nacimiento. Porque, además, la mujer es simplemente un arsenal de datos sobre cumpleaños, números de teléfonos, niveles de parentesco según el apellido y otros antecedentes más. Quienes me conocen de cerca saben que mi admiración no es gratuita, que la mujer es una bala a pesar de sus límites y lo complicada que el desarrollo del ser humano le vuelve la vida, que es taquillera entre sus amigos, nietos y conocidos, en quienes trata de fomentar el amor por la vida, que ahí está y deberíamos animarnos a disfrutarla.

Siempre tiene un plan, a veces maléfico, pero ama la vida como es, se ríe de lo que escucha, en ocasiones se asusta porque además es fan de los noticieros de otros compañeros del medio, pero sobre todo busca una ilusión que la entretenga cada mañana y así deberíamos hacer: aprovechar que es lunes, que hay que festejar a las mujeres bravas de otra época y aprender a disfrutar. ¡Feliz día de las madres!