Los buenos maestros

Seguramente también tuviste un buen mentor, felicítalo en su día.

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Tener un buen maestro es un privilegio que muchos hemos tenido en la vida, aunque no sé si todos lo hemos aprovechado. Aprender es un tema continuo que debería ser obligatorio. Siempre habrá una nueva palabra, un método distinto de hacer algo, un dato desconocido, en fin, información que para tu andar por esta vida pueda ser útil.

Hoy no voy a hablar de esos profesores que han convertido su lucha en un asunto personal de bienestar y se han olvidado no sólo de educar, sino también de enseñar.

Voy a homenajear a quienes se toman la molestia de preparar el tema que presentarán en clase al otro día, a los y las que utilizan el tiempo suficiente para buscar la forma más amena de transmitir su conocimiento a otros que por obligación o porque no tienen otra opción van a sus aulas.

Yo tuve buena fortuna con los maestros, seguramente no todos los que me correspondieron, pero los buenos recuerdos que me dejaron desde la primaria hasta la especialidad aún forman parte del acervo existencial.

Algunos ilustres por sus métodos, otros recordados por sus defectos, pero los más por el buen sabor de boca que te dejan en este círculo llamado vida.

Incluso debo mencionar a esos mentores que me tocaron en el desarrollo y que se convirtieron en parte importante de mi proceso, de cuando había que investigar en libros impresos, de cuando Rusia era una república de la extinta URSS y el Mar de Cortés tenía otro nombre, de quien te enseñó a manejar el automóvil, a como guardar una hamaca y que no se enreden los hilos, cómo hablar con tu jefe sin que te tiemblen las piernas; esas cosas que no se imparten en la escuela, pero que también se necesitan aprender –yo creo- que de un buen maestro.

Así que aprovechemos que es lunes, que comienza la semana, que no hay clase, que tenemos nuevos proyectos y que seguramente también tuviste un buen mentor, felicítalo en su día. ¡Gracias, maestro Barrera!

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