Por los caminos del sur

La productividad cavó su tumba en los autobuses urbanos.

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Los usuarios de los autobuses urbanos que cubren el sur de la ciudad son dignos de aplausos. Un viaje en esos armatostes rodantes de las rutas: Penal, Hospital de la Amistad, Prepa 3, Periférico, Guadalupana, y todos los Emiliano Zapata sureños; Av. 86, El Paso Texas, entre otros, son catálogos de adaptación darwiniana y actitudes contrarias al neoliberalismo bogante, en donde el tiempo es despilfarrado de tal manera que Franklin, autor de la frase: “El tiempo es oro”, y nuestro Leduc, con su “sabia virtud de conocer el tiempo”, sentirían que toda su sabiduría fue puesta en saco roto. Todas estas rutas son largas, y por alguna razón el tiempo de recorrido se prolonga hasta el infinito.

Me informan que estos recorridos sureños han funcionado así durante años, se ha solicitado una redistribución de las rutas, de tal manera que la circunvalación sea más expedita. Oficios con copias a toda la infraestructura gubernamental se han perdido en el laberinto del poder. Los niños del sur invisible, esos que habitan después del Periférico, se levantan a las cinco de la mañana para, con un poco de suerte, llegar a tiempo a su plantel educativo. Lo mismo sucede con jóvenes, adultos y ancianos que tienen que movilizarse a diversos puntos de la ciudad.

Los autobuses en cuestión son dinosaurios que hacen difícil su abordaje. Los escalones simulan vallas de obstáculos; si para los que gozan de salud motriz son barreras de metal, ni mencionar la frustración que sufren los discapacitados y las personas de la tercera edad, ellos tienen que realizar rutinas gimnásticas para lograr un asiento destruido por uso excesivo y vandalismo proveniente de la frustración.

Reloj en mano, el periplo completo es de noventa minutos. El autobús, a paso de paloma herida, carraspea y contamina el ambiente con humo negro con sabor a petróleo. En su devenir emerge su cofre rojo por calles improntas que sortea de manera habilidosa, sin detener su cansino paso, brinca sobre pasos peatonales; no desestima los hoyancos. El operador es curiosidad andante, brumoso, introvertido y mustio, responde a toda pregunta con un sonido gutural libre a cualquier interpretación. Eso sí, lo que no puede faltar es la música fatal, los decibeles saltan por las bocinas distribuidas en los extremos, la música norteña, reggaetón y los narcocorridos adormecen a los usuarios, las cumbias los regresan a su infierno.

La productividad cavó su tumba en los autobuses urbanos, porque esta patología se retrata en el transporte colectivo por toda la ciudad.

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