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A lo largo de las letras que hemos recorrido juntos, de tantas y tantas historias compartidas a partir de mi voz; hemos mirado de lejos a la poesía. Y advierto, lector, que el mirar de lejos es quizás una nueva forma de amar. Nuestra distancia de ella responde a razones que paralizan la subjetividad personal, porque hablar sobre la intimidad de una mente que expresa el alma a través de versos supone una tarea de respeto. Un riesgo amable.

Pienso en la poesía como aquellos destellos del interior; teniendo en cuenta que lo que llevamos dentro pudiera ser un reflejo de armonía con el mundo o, por el contrario, los colores más obscuros y el aire más asfixiante. Quiero pensar que los versos son así, palabras que a través de la imaginación del lector van más allá de uno y traspasan nuestras fibras sensibles para no solamente imaginar las posibilidades descritas, sino sentirlas como propias.

¿Es que hay una manera de contar un poema? Creo en nuestra habilidad de crearla. Porque, al hablar de los versos leídos, estamos contando nuestros sentimientos: cómo hemos sido impactados. Y bueno, advierto que en las próximas líneas encontrarán mi sentir.

A través de los versos de June Jordan, poeta afroamericana, descubrimos otra realidad. Esa en la que no somos capaces de mirar al otro con la armonía de sabernos iguales, sino que buscamos diferenciarnos en el color que nos envuelve sabiendo que nuestro interior es el mismo. “I must become a menace to my enemies”, (“Debo volverme una amenaza para mis enemigos”), poema escrito en 1977, detalla la manera en la que el racismo se hace presencia cotidiana en donde, a partir de una frase repetitiva, se miran tres esferas sociales distintas, tres dolorosas realidades. La primera es una convivencia diaria, la segunda radica en una visión global; un repaso con cifras de hermanos muertos; duele. Y la tercera es la humana, la propia. Como si nos hubieran escrito en la intimidad de dos personas que se saben en un mundo que se cae... habría que sostenerlo.

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