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Un día descubrí que existen otros mundos, me topé con una gran variedad de ventanas que al abrirse me llevaban a lugares desconocidos, llenos de magia. Entonces comencé a atesorar libros, dejando que sus letras me envolvieran y sirvieran como escalones para llegar a niveles de mi imaginación que no sabía que existían; me enamoré de sitios emblemáticos, descubrí nuevos olores, conocí personajes que se hicieron parte de mi vida y me enseñaron lecciones que, a pesar de los años, no olvido.

Los libros se hicieron parte de mi mundo, el regalo esperado en Navidad, el motivo de mis ahorros y el compañero sincero que cualquiera añora tener. Comprendí que las letras son terapia para el alma, que las palabras son arma de dos filos y que hay frases que acarician el corazón.

Me han enseñado muchas cosas los libros; he aprendido que no hay buenos ni malos, todos existen por alguna razón, cada conjunto de páginas tiene una misión en la vida de alguien que sin saberlo está destinado a toparse de frente con hojas llenas de verdad, de realidades, ilusiones, fantasías y sentimientos; las cuales alguien con cuidado resguardó, asegurándose de que lleguen a su destino después de la impresión. Al pasar los años, detrás de cada experiencia, fueron resurgiendo citas leídas, emociones que de ser sólo letras se me presentaban de frente haciéndome comprender que los libros son tesoros, que esconden respuestas, descifran acertijos y guardan secretos que sanan el corazón. Que quien escribe un libro permanecerá vivo siempre, en la mente de alguien, en la vida de muchos, retando el tiempo, la distancia y la razón.

Los libros son el paraíso, según Jorge Luis Borges; la verdadera universidad, para Thomas Carlyle; viajes melancólicos, para José Vasconcelos, y los consejeros de Alfonso V el Magnánimo. Leer es para Vargas Llosa, la mejor protesta contra las insuficiencias de la vida; la libertad, para Frederick Douglas y una felicidad adictiva, para José Emilio Pacheco. Yo creo que abrir un libro representa una bendición.

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