'Cristo, el buen samaritano que nos invita a imitarlo'

Jesús propone la parábola del buen samaritano como prefiguración de lo que Él mismo iba a realizar: hacerse “prójimo”...

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Esta parábola es un “canto al amor cristiano”.
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MÉRIDA, Yuc.- V Domingo del Tiempo Ordinario

Dt. 30, 10-14; Sal. 68; Col. 1, 15-20; S. Lc. 10, 25-37

I.- Todo lo que existe es un mensaje de Dios

La primera lectura escuchada está tomada del Deuteronomio, libro que se atribuye a Moisés yque en realidad se trata de una recopilación posterior (ss. VIII-VII a. de C.) de leyes, normas y disposiciones dadas por Moisés, releídas, profundizadas y actualizadas, a la luz de la historia y predicación de los profetas.

Es una búsqueda de expresar el espíritu profundo de la religión y la Ley de Moisés; y se centra en la conversión a Dios, fruto de una sincera adhesión del corazón a Él,  “amarlo con todo el corazón y con toda el alma”.

Es una respuesta de amor como gratitud a todo lo que Él hizo a favor de su pueblo, a su “palabra”, a lo que Dios hace a favor de la historia de Israel y de cada uno de nosotros.

Este libro subraya la dimensión horizontal como consecuencia lógica de la conversión a Dios, que se expresa en la vida -cuando es sincera- en la bondad, fraternidad, solidaridad y justicia hacia los demás. Expresa además, una idea que es de la nueva alianza y que insiste en el mandamiento fundamental del amor a Dios y que llevarlo a cabo no es una empresa imposible, sino que depende de la correspondencia a la gracia y a su palabra presente en nuestro corazón y en nuestros labios.

Encontramos la huella de Dios –su firma estampada- en toda la creación, en la existencia de cada uno, en la conducción de la historia, y en cada uno de los acontecimientos. “Nada es coincidencia, todo es Providencia”.

El mundo, la historia y la existencia no pueden explicarse por sí mismos, y que muchos de los acontecimientos nos hablan de dolor, temor o angustia. Sin embargo, en la Palabra de Dios encontramos su significado, y eso en nosotros alimenta la esperanza.

Delante de la palabra de Dios, el orgullo y la soberbia es la más grande tontería. Bien decía Kepler el gran científico a su alumnos cuando éstos le pidieron que les diera una prueba de la existencia de Dios; y acercándose a la ventana de su estudio les dijo: “¡Eso el Universo, es la más grande prueba de la existencia de Dios!”

Delante de la creación, delante de la grande historia de las civilizaciones, ante lo pasajero de personas y complejidad de circunstancias; qué grande paz, serenidad y fortaleza es saber que: Dios existe. Todo lo gobierna para bien de las personas y que es un Padre que nos ama.

II.- El prójimo me llama, me interpela

La invitación del Deuteronomio lo precisa la carta a los Colosenses. Todo depende de la Palabra de Dios, que se llama Jesucristo, primera “imagen” de Dios, que refleja a su vez en todas las criaturas esa “imagen y semejanza” (Gn. 3,26 ) de manera especial en la persona.

Qué maravilla pensar que Cristo es la Palabra del Padre, su invitación, y que en Él, por Él y con Él, el ser humano encuentra su esperanza y fortaleza; con el sustento de la Resurrección vivificante en la presencia Eucarística del Señor.

Es página de esperanza y gozo para la Iglesia “Su cuerpo” y que ésta debe anunciar, en todas partes a todas las personas de buena voluntad.

Cada uno debe ser respuesta generosa y decidida en una actitud constante de “adhesión a Cristo”, que comporta: “Amar, conocer, seguir e imitarlo hasta identificarse con Él”, “Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20).

Lo mismo sucede en el Evangelio, cuando el escriba le hace la pregunta a Jesús, deseando limitar y circunscribir el ámbito de la caridad: ¿quién es mi prójimo? Y Cristo en su respuesta le hace comprender que la caridad sobrepasa edad, condición, posición, situación, nacionalidad y todas las posibles limitantes, tu prójimo –responde Jesús- es aquel que te esté cerca y del cual tú conoces su necesidad. Se llame como se llame y venga de donde venga, basta que sea persona.

La famosa parábola de Jesús, muestra el contraste entre dos hombres dedicados como profesión al culto y un samaritano que las tradiciones de aquel tiempo excluían del templo.
Los dos primeros demuestran una profesión cultural sin corazón y el samaritano por su parte, demuestra poseer un gran corazón: no pasa de largo, interrumpe su viaje, lo cura y vela por su hospedaje y recuperación. Fue mucho más allá de lo que pide la ley de Moisés.

El samaritano se muestra “prójimo”, sin detenerse a consideraciones que paralizan la caridad: color de la piel, edad, proveniencia, clase social, etc. Para él, el “prójimo” fue el que estaba a la orilla del camino tenía gran necesidad y aquel tuvo “compasión de él”.

III.- El compromiso el amor no tiene fronteras

Jesús propone la parábola del buen samaritano como prefiguración de lo que Él mismo iba a realizar: hacerse “prójimo” (cercano) a todas las personas, de toda la humanidad entregando su persona como signo y ofrenda de reconciliación y paz.

El “samaritano” es un seudónimo de Jesús, pues cuando al doctor de la Ley le dice: “Ve y haz tú lo mismo”, está invitándolo a la imitación del mismo Jesús; puesto que así es como se “ama con todo el corazón”, no sólo a Dios, sino manifestándolo en un compromiso real con el prójimo.

Es prójimo el que se pone de parte del necesitado, no sólo el que está próximo, sino el que asume la actitud cristiana de prójimo.

Ser prójimo es conmoverse, vibrar en sintonía con el que sufre, comprometerse, ayudar, solucionar.

Es engendrar una fraterna solidaridad, que sobrepasa límites y fronteras, de raza, pueblo color y lengua.

“Si los demás son ajenos o lejanos a tu sufrimiento y angustia nunca te olvides que Cristo es el buen samaritano, que siempre tendrá compasión de ti, y en tu muerte te llevará a la hospedería de la eternidad”. Reza una inscripción en Tierra Santa.

A Jesús no le interesan los grados de proximidad, sino los actos de generosidad.

Jesús insiste en todo el Evangelio “Amarás”, así en la última cena, así en el Cap. 24 de San Mateo, así en el acto de entrega suprema en el altar de la Cruz como hostia viva, así en el perdón otorgado a todos los que lo maltrataron y crucificaron. El amor cristiano no tiene fronteras.

IV.- Conclusiones

1. Esta parábola es un “canto al amor cristiano”. Que por ello se abre con una admonición del Deuteronomio, el amor es posible: “estos mandamientos que te doy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance” (Dt. 30,12).

2. Hay que pedirle humildemente al Espíritu, el valor y la decisión del amor. Sólo el amor rompe la cadena del odio. Dichosos los que siembran amor, infelices los que siembran odio, porque cada día beben su propio veneno. (cfr. Lev. 19,9-18).

3. “Es el propio Cristo quien en los pobres levanta su voz, para despertar la caridad de sus discípulos” (G.S. 88).

4. La razón profunda de la Encarnación se encuentra en Dios ya que por la presencia de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Él puede hacer de la humanidad reconciliada una teofanía, lugar predilecto de su presencia.

5. Cada católico debe ser un buen samaritano, que “no pasa de largo”, frente a las necesidades de sus hermanos; sino que obedece a la invitación de Cristo: “Anda y haz tú lo mismo”.

6. Debemos educarnos a tener alerta nuestra conciencia, porque el prójimo se vuelve próximo cuando nosotros nos acercamos a él. (cfr. Sant. 2,15-16).

7. Es muy interesante el comentario de Orígenes:
“El hombre que bajaba es Adán, Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los ladrones son las potestades enemigas, el sacerdote es la Ley, el levita, los profetas, el samaritano es Cristo; las heridas son las desobediencias, la hospedería es la Iglesia, los dos denarios son el Padre y el Hijo, el que da hospitalidad es el Pastor de la Iglesia a quien se le confía el cuidado; y el samaritano que promete regresar, es la segunda venida de Cristo Salvador” (Orígenes Hom. In Lc. 34).

Que la participación a la Eucaristía, centro, cúlmen y fuente de vida cristiana, nos lleve a compromisos prácticos, eficientes de servicio al prójimo, imitando a la Virgen María que fue a servir a su prima Isabel, durante los últimos meses de su embarazo, pero llevando a Cristo en el corazón y las entrañas para hacer del servicio un acto de caridad cristiana.
El Espíritu nos conceda la gracia de imitar a la Virgen María. Amén.

Mérida, Yuc., a 14 de julio de 2013.
† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

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