"El Señor, el Buen Pastor siempre cuida de su pueblo"
Jesús se revela como legítimo pastor a quien le compete el deber de conducir y guiar a las ovejas.
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MÉRIDA, Yuc.- IV Domingo de Pascua
Hech. 13, 14. 43-52; Sal. 99; Apoc. 7, 9. 14-17; S. Jn. 10, 27-30
I.- El Buen Pastor
Este domingo es conocido como del “Buen Pastor”. Los textos de la liturgia subrayan el cuidado que Dios tiene a favor de su pueblo y el desarrollo de esta imagen aclara las sucesivas etapas del desarrollo de la relación del encuentro de Israel con Dios.
De hecho, cuando Jacob bendice a sus hijos dice: “Dios es mi pastor” (Gn. 48,15) y en el contexto cultural del antiguo oriente, la figura del pastor indica la soberanidad que domina, el derecho de propiedad sobre los pueblos, y el poder disponer sobre ellos, y es en este sentido como Jacob habla de Yahvé: “Pastor piedra de Israel” (Gn. 49,24).
En este Éxodo, Yahvé-Pastor es libertador, su poder se ejercita en contra de los enemigos de su rebaño, del cual es protector y custodio.
Como dice el Salmo 95, Israel es el rebaño que Él conduce (Sal. 95.7), dando impulso a un caminar orientado hacia la realidad de un pueblo, “una conciencia” de pueblo, que habrá después que madurar en el largo camino de los “profetas”.
En este período el pastor se revela como Palabra así (Is. 40,11) y custodia a Israel como lo hace un pastor. (Jer. 31.10)
De hecho Ezequiel, en el capítulo 34, estimulado por la historia negativa de los pastores de Israel, hace que la confianza de su pueblo se finque tan sólo en Dios, como el único auténtico Pastor, que va a pastorear sus ovejas con justicia. (Ez. 34,16)
Una buena síntesis de la teología de Yahvé pastor la tenemos en el Salmo 23, en el cual un levita del post-exilio canta su relación con Yahvé en estos términos: “pastor-agua-tinieblas-banquete-camino”, típicos de la teología que se desarrolló después del Deutero-Isaías.
Pero sólo con Jesús, la imagen del pastor, revela a un Dios que conduce a sus ovejas involucrándose en la vida misma de ellas. Cristo se vuelve “cordero de Dios” y el don supremo de su vida es el gesto último y más profundo del Padre que vela por su rebaño.
Mediante la progresiva revelación de Dios, que es ilustrada por la bella imagen del Buen Pastor, se da también una progresiva purificación y profundización de la relación de Dios con su pueblo: se va transformando de una inicial paternidad fuerte, creativa y dominadora (Patriarcas y Éxodo); se pasa a una paternidad educativa y maduradora, por medio de la palabra (Profetismo); para terminar en una paternidad dramática en el que da la vida de su propio Hijo Jesús, para la salvación de las ovejas.
Es una historia que nace con Abraham y ya en la relación entre este patriarca y su hijo Isaac se prefigura la conclusión final del drama: Dios ofrece en sacrificio a su Hijo para que su amor se vuelva para nosotros creíble. Al inicio y al final de la historia hay el sacrificio del Padre y la muerte del Hijo, que en ambos casos asume la imagen del cordero sacrificado. San Juan en el Apocalipsis dirá: “El Cordero será su pastor” (Apoc. 7,17).
Parece un absurdo que el Padre, para confirmar su credibilidad como Pastor delante de la humanidad sacrifique la vida de su Hijo, convertido en cordero para el sacrificio y, no obstante, Cristo exclama: “El Padre me ama, porque yo ofrezco mi vida, para volverla a tomar de nuevo”: el amor del Padre por el Hijo, se convierte en el Hijo, en amor por los hermanos hasta el grado de dar la propia vida por ellos.
Así se recupera la imagen del Pastor, reconocido finalmente como bueno, más aún como “bello” (pues esto quiere decir en griego “kalós”), aquello que lleva los verdaderos bienes que dan posibilidad de realización y esplendor a la vida humana.
II.- El nuevo Éxodo
En la imagen del Buen Pastor de San Juan se sintetiza todo el desarrollo histórico de Isaac y de Cristo. El discurso de Jesús acerca del Buen Pastor no está en un contexto del campo, sino pronunciado en el templo, durante la fiesta de los tabernáculos, la única que recordaba la peregrinación de Israel en el desierto, bajo la guía de Yahvé-Pastor.
Ahora el Maestro entra en el “recinto” del templo para conducir al nuevo Israel al éxodo definitivo. El Mesías tiene así una misión exódica, pues hace “salir” al rebaño, hacia la liberación de la esclavitud última y definitiva, de las que las anteriores esclavitudes de Egipto y Babilonia fueron prefiguraciones.
Lo interesante y significativo es que Jesús debe llevarse fuera del templo a sus fieles, constituido un “pequeño rebaño” y “Él como Pastor” camina delante de ellos y las ovejas lo siguen como ya había sido predicho: Yahvé vuestro Dios, es quien camina delante guiándolos y combatirá por ustedes (Deut. 1,30), y al cumplir este deber, Jesús realiza un mandato preciso del Padre; el no es como los usurpadores que son más bien ladrones y aprovechados mercenarios” (v.8).
Para los “falsos pastores”, la Escritura usa un término que indica una especie de guerrillero rebelde; un ejemplo es Barrabás al que se le aplica este mismo término y que estaba en prisión porque había suscitado una “sedición” de un grupo de rebeldes y además cometió un homicidio.
Jesús también alude al tentativo por parte de un grupo rebelde llamado de los “zelotes” de asignarse del poder, ocupando el recinto del templo, lo que sucedió históricamente poco antes de la presencia de Jesús.
Jesús entró al templo por la puerta. No violentamente como los “zelotes”. Él entra por el camino habitual en la fiesta de los tabernáculos y se revela como legítimo pastor a quien le compete el deber de conducir y guiar a las ovejas.
La imagen del Buen Pastor determina también la exigencia de una oveja buena pues en la historia de la relación si Dios hace creíble su imagen, también el ser humano debe recuperar su credibilidad delante del pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”. Pertenecen al rebaño las ovejas que reconocen la voz de su pastor: “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn. 10,14).
Es un conocimiento recíproco vital y Jesús llega incluso a compararlo a ese conocimiento-comunión que existe entre el Padre y el Hijo.
La escucha crea una comunión entre los hermanos que están comprometidos en el discipulado: “Ellos me siguen”. Que es la realización final del proyecto de Dios; pues el seguimiento del Pastor se hace creíble en la escucha de su voz, y en la comunión con Él y con los hermanos; así todo el rebaño sigue al Pastor a donde quiera que vaya. (Apoc. 14.4)
Seguir a Cristo, ser su discípulo, es caminar con Él, aceptando sus principios y criterios, en una entrega total capaz de llegar a la inmolación total y a la muerte.
Pero para ir con Él más allá de la muerte, necesitamos pasar “a través de Él” por eso nos dice: “Yo soy la puerta”.
Cristo nos propone un camino de vida: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, pero esta vida se moldea sobre el misterio pascual de Cristo que es muerte y Resurrección, Él es la puerta de la vida, como mediación y como posibilidad de acceso a la salvación.
III.- El Apocalipsis
Seguir a Cristo quiere decir “estar bien encaminado”, pero ello incluye tener una primicia en la llegada, ¡siguiéndolo llegamos! Sí Él es la puerta, nosotros estamos entrando.
La lectura del Apocalipsis, retoma la imagen del Éxodo, sobre todo la tienda de reunión que indicaba la presencia de Yahvé en medio de su pueblo. En la visión de San Juan “Aquel que se sienta sobre el trono extenderá su tienda sobre ellos, así ya no tendrán hambre, ni sed, ni les quemará el sol... porque el Cordero será su pastor y los guiará a las fuentes del agua de la vida”.
En medio de los dos textos de San Juan está el de los Hechos de los Apóstoles, entre el primer “Éxodo” y el definitivo está el misterio de la Iglesia, que anuncia, da testimonio y sufre, pues la Palabra de Dios es combativa. Así será nuestra vida, que se realiza en el ahora de nuestra existencia y que será nuestra Pascua celestial si vivimos nuestro camino, pendientes de realizar lo mejor posible su voluntad y sus designios, siguiendo las huellas del Buen Pastor.
El camino de la fe, es el camino del seguimiento, invitación e identificación con Él, para ser sus verdaderos discípulos. Siendo humildes y sinceros, para estar evaluando y purificándonos en forma constante de tal manera que nuestra vida sea: de la verdad en la caridad, del diálogo en la comunión, del amor sincero y leal como primera y fundamental verdad, que es el camino de la Iglesia nuestra Madre y Maestra.
Conclusiones
1) Cuando hablamos de esta imagen de Pastor y rebaño, no queremos con ello aceptar aquello de Nietzche: “La comunidad nos vuelve común y corrientes”.
Porque la comunidad cristiana supera el individualismo y el conformismo gregario, nos integra respetándonos con sentido de armonía, pues como dice un adagio: “La sinfonía tiene necesidad de mi voz y mi nota personal”.
Cada uno es único, respetado y amado por Dios, en su personalidad e itinerario de vida irrepetible, pero tenemos que hacer realidad la hermosa frase de San Ireneo de Lyon: “La armonía de los hermanos, es melodía a los oídos de Dios”.
2) Esa tierra prometida a la que somos guiados por el Buen Pastor la han anhelado los Santos, he aquí testimonios de ellos: Santa Teresa que dijo: Y tanta dicha espero, que muero porque no muero”; San Esteban que “ve el cielo abierto”...”, (Hch 7,56); San Pablo llevado al tercer cielo que vio lo que no puede expresar con ninguna palabra; Santa Mónica y su hijo Agustín que juntos en el puerto de Ostia hablaban “de la dulzura de la vida eterna que viviremos allá (Confesiones IX 10); San Francisco de Asís que vio su lugar allá en el cielo y nos decía en su plegaria: “muriendo a nosotros mismos es como nacemos a la vida eterna”.
3) Recordemos también que el seguimiento del Buen Pastor en el amor crea una “constelación de virtudes” y al final se muestra siempre como la más grande de todas.
4) Hoy, en esta fecha tan significativa concluye la Semana del Seminario, por tal motivo pidamos por nuestros seminaristas y sintámonos corresponsables de la santidad de los sacerdotes, trabajemos por acrecentarla en bien de un mundo que necesita testigos creíbles, para anunciar el Evangelio.
Sepamos también, que es deber de todos el promover las vocaciones sacerdotales. Todo sacerdote, enamorado de su estilo de vida y entusiasta testigo del Evangelio, debe ser un promotor de la vocación sacerdotal y debe desarrollar la sensibilidad para descubrir entre sus fieles a jóvenes con indicios de vocación para invitarlos y animarlos a participar en los procesos de discernimiento vocacional y apoyarlos a la hora de sostener su respuesta en el seguimiento de Cristo Buen Pastor.
Es imperativo recordar que toda la Iglesia es el sujeto comunitario que tiene la gracia y la responsabilidad de formar a los futuros sacerdotes. Desde el Arzobispo hasta el más joven de los bautizados, con competencias subsidiarias todos debemos ocuparnos de la educación y adecuada preparación de los ministros de la Iglesia.
Por eso agradezco y bendigo todas las iniciativas de agrupaciones e individuos que apoyan el trabajo de nuestro Seminario, y al mismo tiempo exhorto al pueblo de Dios a ser generoso y creativo para el sostenimiento del Seminario y la promoción de las vocaciones sacerdotales.
Que Nuestra Señora del Rosario, patrona de nuestro querido Seminario, interceda ante su Hijo, para que “el dueño de la mies envíe operarios a sus campos” (Mt. 9,38).
Mérida, Yuc., a 21 de abril de 2013.
† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán