Homilía en ocasión de la Fiesta de la Sagrada Familia

La familia debe ser una escuela de virtudes. Es el lugar donde crecen los hijos, donde se forman los cimientos de su personalidad para el resto de su vida.

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Así como Jesús creció en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, en nuestras familias debe suceder lo mismo. (SIPSE)
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MÉRIDA, Yuc.- 1 Sam. 1,20-22.24-28; Sal. 83; 1 Jn. 3,1-2.21-24; Lc. 2, 41-52

Hoy celebramos la Fiesta litúrgica de la Sagrada Familia. El domingo que sigue a la Navidad nos lleva a la intimidad de aquella santa familia en que se desarrolló el Hijo de Dios hecho hombre; es una celebración que tiene como finalidad evocar las virtudes domésticas que reinaban en el hogar de Jesús.

I. 1 Samuel 1,20-22.24-28

El texto bíblico que escuchamos es rico en contenido teológico, porque pone de relieve no sólo el poder de Dios para sacar vida de la muerte, trayendo a la vida lo que no existe, sino también porque subraya la misma iniciativa gratuita de Dios, que lleva adelante su designio de salvación a través de su libre amor.

En la primera parte (vv. 20-22) el relato recuerda la visita al templo de Elcaná con su familia, pero sin la participación de su mujer Ana. En la segunda parte (vv. 24-28) se describe la peregrinación de Ana con el pequeño Samuel al templo de Siló, para el sacrificio y la ofrenda del hijo, prometido al Señor, que ella había cuidado hasta los dos años, consciente de que lo había recibido como don de Dios. Los hijos son don de Dios, pertenecen al Señor y su vocación es servirlo. La casa de Dios será la morada de los que le están consagrados. También a María y José revelará Jesús, el día de su reencuentro en el templo, que su morada está junto al Padre y desde allí iniciará su misión universal de salvación.

II. 2 Lectura 1 Jn. 3,1-2.21-24

Juan desarrolla el pensamiento de que Jesús es justo, sin pecado, se sometió a la voluntad del Padre y es modelo para el cristiano. A su vez, el creyente vive en la justicia y es hijo de Dios y no puede cometer pecado. Las obras del cristiano demuestran el nuevo nacimiento. Pero es sólo el amor de Dios quien ha hecho posible esto y especialmente la filiación divina. Con el nuevo nacimiento pues, el Espíritu Santo ha creado en el creyente una relación filial con el Señor en la profunda intimidad del corazón.

El precepto que el Señor ha dejado a sus discípulos es claro: creer en la persona de Jesús y vivir el amor fraterno, cuya característica es el ejemplo de Cristo. La medida del amor cristiano es la capacidad de darse. Quien practica esto vive en comunión con Dios y posee el Espíritu.

III. Evangelio Lc. 2, 41-52

El contexto de este pasaje del Evangelio está representado por dos breves descripciones de la vida de Nazaret: el viaje anual a Jerusalén para la Pascua y el retorno a casa de la familia de Jesús, donde él permanece sumiso a sus padres como un hijo.

El significado teológico del episodio, sin embargo, es mesiánico y el gesto de Jesús es profético. Jesús afirma conocer bien su misión y anuncia la separación futura de sus padres.

La obediencia de los hijos a los padres es un deber y florece donde existe un clima de crecimiento y maduración de la persona, donde se reconoce el primado de Dios y de la propia vocación.

La familia debe ser una escuela de virtudes. Es el lugar donde crecen los hijos, donde se forman los cimientos de su personalidad para el resto de su vida y donde se aprende a ser un buen cristiano. Es en la familia donde se formará la personalidad, inteligencia y voluntad del niño. Esta es una labor hermosa y delicada. Enseñar a los niños el camino hacia Dios, llevar estas almas al cielo. Esto se hace con amor y cariño.

“La familia es la primera comunidad de vida y amor, el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también, y ante todo, por Dios.” (Juan Pablo II, Encuentro con las Familias en Chihuahua 1990).

El Papa Juan Pablo II en su carta a las familias nos dice que es necesario que los esposos orienten, desde el principio, su corazón y sus pensamientos hacia Dios, para que su paternidad y maternidad, encuentre en Él la fuerza para renovarse continuamente en el amor.

Así como Jesús creció en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, en nuestras familias debe suceder lo mismo. Esto significa que los niños deben aprender a ser amables y respetuosos con todos, ser estudiosos, obedecer a sus padres, confiar en ellos, ayudarlos y quererlos, orar por ellos, y todo esto en familia.

“Oremos hoy por todas las familias del mundo para que logren responder a su vocación tal y como respondió la Sagrada Familia de Nazaret.

Oremos especialmente por las familias que sufren, pasan por muchas dificultades o se ven amenazadas en su indisolubilidad y en el gran servicio al amor y a la vida para el que Dios las eligió” (Juan Pablo II).

“Familia que reza unida, permanece unida”, beato Juan Pablo II.

Que la Sagrada Familia de Nazaret bendiga y santifique a nuestras familias. Así sea.

Mérida, Yuc., a 30 de diciembre de 2012.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

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