No se debe salir a cazar en época de finados

De acuerdo con los antiguos, en fechas de Fieles Difuntos almas en pena regresan al mundo, en busca de sus familias.

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Extraños seres, que en realidad son almas en pena, aparecen en las milpas en época de Fieles Difuntos. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Cuando Felipe salía de cacería, siempre regresaba con presas, ya que era un excelente cazador de venados. Casi nunca regresaba con las manos vacías. Era tal su afición y gusto por ese oficio que todos los días, sin importar la hora, se dirigía al monte para acechar y matar algún animal de la rica fauna yucateca.

Al llegar las fechas de los finados, Felipe no salió a cazar, pues sabía que las almas de los muertos regresan a este mundo para visitar a sus familiares, según reza la sabiduría popular de la tierra del maya. Además, los abuelos enseñaban que esos días no se debe ir a las milpas y montes a laborar, pues podrían encontrarse con alguna desagradable sorpresa. Pero esa mañana, el deseo y las ganas de cazar de Felipe fueron mayores, así que decidió olvidar los sabios consejos de los mayores, preparó su escopeta y sus utensilios, tomó un poco de provisiones y sin pensarlo dos veces se encaminó a una gran milpa que tenía un pariente suyo por los cerros de Akil, muy cerca de la gruta Aktún Caamal.

Cuando llegó al lugar, era mediodía, subió a la parte más alta de un árbol, que se encontraba en el centro del terreno, para colgar su hamaca entre las ramas. La ubicación le permitía tener una excelente vista para acechar presas.

Sin embargo, aunque las horas pasaban, ningún animal se asomó por esos rumbos. Poco a poco el enojo se fue apoderando de Felipe, pero, como buen cazador, esperaría el momento preciso. Aquella noche del mes de octubre lo envolvió con su manto. La luna brillaba en todo su esplendor, lo que permitía la noche tener una inigualable claridad y visibilidad.

Inesperadamente, no muy lejos de donde se encontraba, vio que un hombre de avanzada edad se dirigía hacia él; se sorprendió mucho al ver a aquella persona y, sin poder reponerse de la impresión, se percató que una mujer, ya anciana, lo seguía, y a ella, un pequeño niño.

Decidió guardar silencio con la intención de averiguar qué hacían en ese lejano lugar a esas horas de la noche.

Pensó que se trataba de ladrones, así que tomó su arma para evitar cualquier sorpresa, pero justo en el momento en que se disponía a preguntarles que hacían, se fijó que estos extraños visitantes se dirigían hacia una parte de la milpa que estaba cercada por una albarrada y que tenía sembrada gran cantidad de espelón y frijol nuevo, que son muy apreciados en estas fechas.

Inesperado sopor

Felipe se sorprendió al ver que los ancianos no abrieron la puerta para entrar, sino que brincaron ágilmente la cerca de piedras. Teniendo a su disposición la cosecha se empezaron a comer las vainas del frijol y espelón. El cazador no creía lo que sus ojos veían, pues nadie en su sano juicio se come frutos crudos. Entonces decidió hacer un disparo al aire para asustarlos y obligarlos a marcharse. Antes de que pudiera hacerlo le invadió un profundo sueño que le impidió mantenerse alerta y en segundos quedó profundamente dormido.

Cuando despertó, dirigió su mirada en busca de aquellas personas, pero no las halló por ninguna parte. Increíblemente, ya era medio día y tenía una fuerte calentura que le ocasionaba un fuerte dolor de cabeza. Sin embargo, decidió continuar su búsqueda. Se dirigió al sitio donde los vio por última vez, y se sorprendió al ver que no había huellas de personas.

Los rastros dejados en la roja tierra de kankab eran de un gran venado, de una venada y de un venadito. Esto propició que Felipe enloqueciera momentáneamente al comprender que lo que vio la noche anterior eran en realidad almas en pena que regresaron a este mundo terrenal y que por su imprudencia y terquedad había sido testigo de este episodio sobrenatural. Se echó a correr lo más rápido que pudo para abandonar la escena, sin percatarse que tomó caminos y veredas desconocidas, hasta internarse en montes apartados. Cuando reaccionó, estaba perdido y alejado de cualquier indicio de la civilización.

Sus familiares y amigos iniciaron una búsqueda para dar con su paradero que terminó tres meses después, al hallarlo vagando por terrenos del Cono Sur de Yucatán. Desde ese momento los akileños saben que no se debe trabajar o ir de cacería en los días dedicados a los finados. (agradecemos a don Víctor Navarrete que nos haya platicado esta historia para compartirla con nuestros lectores) 

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