Camino a Comala (II)

Juan Rulfo transformó la violencia y soledad vividas en historias de veras indispensables.

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En mayo próximo se cumplen cien años de que Juan Rulfo naciera en un pueblito perdido de Jalisco para luego convertirse en uno de los escritores más importantes de la literatura. A forma de homenaje, los lectores podemos difundir su obra, incluso, personalmente pienso que todos deberíamos leer a Rulfo por lo menos una vez antes de morir.

¿Por qué?, quizá bastaría con mencionar que es un creador mexicano que se ha leído en casi todo el mundo, ya que incluso sus libros han sido traducidos a idiomas como búlgaro, portugués, esloveno, ruso, inglés, coreano, chino, italiano, entre otros.

También bastaría con decir que sus textos lo hicieron acreedor a prestigiosos premios como el Nacional de Literatura (1970) o el Príncipe de Asturias (1983).

Sin embargo, todo esto queda atrás cuando hablamos de su real trascendencia: el entendimiento de la profundidad humana que reflejó en temas como la soledad, la violencia y la muerte, mismos que el escritor vivió en las primeras etapas de su vida.

Rulfo pasó su infancia en medio de la Guerra Cristera, por lo que de cerca tuvo los enfrentamientos entre religiosos y fuerzas del gobierno que habrían dejado más de 200 mil muertos. Fue en esta época cuando sus familiares, hacendados de la región que se conocía como los Bajos de Jalisco, se fueron a la ruina y comenzaron a moverse a otras tierras para sobrevivir.

Juan decía que sobre los Rulfo existió una especie de maldición, ya que todos fallecían jóvenes. Su padre fue asesinado cuando él apenas tenía siete años y su madre perdió la vida de un paro cardiaco tres años después. Abuelos, tíos y otros familiares también fallecieron muy jóvenes, aunque en circunstancias diferentes; por lo que desde niño este escritor fue formándose en el dolor que siembran las tragedias, y que luego compartiría en pensamientos como este: “La muerte no se reparte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas”.

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