Derribando muros

Más allá de los muros físicos, lo difícil es derribar los que a diario nos colocamos.

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Esta semana, como muchos saben, se dio inicio al derrumbe de un muro de desigualdad, que limitaba el curso de más de 20 colonias del sur con la Avenida Aviación. Claro que no hablamos de un muro como el de la Alemania de hace unos años o uno tan importante como el que divide a las Coreas, pero sí nos da un ejemplo de cuánto debemos tirar para poder crecer.

Porque, pese a que deseamos que en nuestras fronteras no haya muros, nosotros mismos nos los imponemos a diario en las distintas situaciones de nuestra vida; pareciese que el ser humano tira uno y construye otro.

Dejemos a un lado el muro físico del sur de la ciudad, pues permanece en pie el gran muro del orgullo, el cual no nos permite visualizar la sencillez que se encuentra al otro lado, que nos bloquea de alegrías y nos carga de resentimientos; un muro que confieso que poco a poco he tratado de derribar.

Tampoco permitamos que el muro de la apatía nos deje aislados en un lado sin miras a futuro, donde la desdicha es pan de cada día, donde los seres negativos se esconden y a los frutos de una buena vibra no les permiten crecer.

Olvidemos incluso romper el muro del qué dirán, pues el temor a él no nos deja ver la belleza de la libertad de hacer lo que nos gusta, lo que amamos.

Si tan sólo pudiésemos derribar estos muros ficticios pero reales para nuestro ser interno, si tan sólo pudiésemos ver que no es necesario un hechizo mágico para hacer lo que mucha gente exitosa ha conseguido. Así que sin más tiempo que perder tomemos pico y pala para tirar aquello que no nos deja cruzar a la verdadera felicidad.

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