El sueño de Gabriel García Márquez

Tras cinco años viviendo en Barcelona, tuvo un sueño que fue a su vez revelación de su identidad como latinoamericano en Europa.

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A inicios de la década de los setenta, Gabriel García Márquez soñó con su entierro. Tras cinco años viviendo en Barcelona, tuvo un sueño que fue a su vez revelación de su identidad como latinoamericano en Europa. Pensó la anécdota, junto a otros temas que anotó en un cuaderno de sus hijos,  como una novela. Pero fue hasta que llegó a vivir a la Ciudad de México, en 1974,  que tuvo la certeza de que aquello no debía ser novelado, aunque sí escrito en prosa. El entierro que había congregado a varios amigos de América Latina significaba la dicha de estar juntos, una actitud festiva en medio de un acto solemne, que presidía un anfitrión verdaderamente vivo de muerto.

“[…] basados en hechos periodísticos pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía”, nos confiesa García Márquez en el prólogo del libro que compila todas esas historias que en un principio eran sesenta y cuatro temas. Debían tener unidad y seguir el mismo estilo,  por eso algunas se quedaron fuera al momento de la escritura, como ideas funcionaban pero en la transmutación cuentística no resultaban. El paso del tiempo y la escritura de otras obras también hicieron que ese número llegara a doce. Se puede decir que son tres los hechos que marcan la escritura de este libro, hoy conocido por el título de “Doce cuentos peregrinos”.

El primero fue resultado de un doble naufragio, que augura la omnisciencia del “mar” en los cuentos. Tenemos el naufragio del propio escritor colombiano. Para 1974 escribe “El verano feliz de la señora Forbes” y “El rastro de tu sangre en la nieve”, publicándolos en varios suplementos culturales. Estaba lanzándose al género del cuento sin las precisiones de navegación, desconociendo la odisea que implica al igual que escribir el inicio de una novela. El lo cuenta: “[…] en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse […]. El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua”. Después, el cuaderno escolar quedaría en el olvido, naufragando entre los papeles y libros de su casa en México. 

Los otros dos hechos que fueron significativos en la creación de los cuentos son el trabajo periodístico y la escritura de guiones cinematográficos que realizó durante años.  Pero ya volveremos a este punto más adelante, después de una relectura de “Un recuerdo navideño”, un cuento de Truman Capote.

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