El Huay-Peek de la colonia Chuminópolis de Mérida

Este lugar al oriente de la ciudad ha sido escenario de muchos eventos por demás sobrenaturales.

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Representación artística del misterioso ser que observaron los vecinos en la colonia Chuminópolis, en los años cuarenta. (Jorge Moreno/ SIPSE)
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Jorge Moreno/ SIPSE
MÉRIDA, Yucatán.- Hoy les presentaré un impactante caso de una persona que nos mandó un correo electrónico y que prefiere guardar el anonimato:

“Los protagonistas de esta historia son mis abuelos (Q.E.P.D), y se desarrolló a principios de los años cuarenta en la colonia Chuminópolis de la ciudad de Mérida, que  eventualmente era el escenario de muchos eventos por demás sobrenaturales. Por motivos personales no mencionaré sus nombres…

Mi abuelo era oriundo de Tixkokob, y según se decía era descendiente directo de hombres conocidos como H-menoob (sacerdotes mayas), y aunque nunca ejerció tal oficio, heredó algunos conocimientos de magia blanca así como algunos secretos para lidiar con misteriosas fuerzas malignas.

El domicilio en cuestión se encontraba ubicado en la calle 14 por 25 y 27 de la colonia antes mencionada. 
Para entonces mi abuelo prestaba sus servicios como policía, de manera que no tenía un turno fijo y en varias ocasiones se tenía que ausentar dejando sola a mi abuela que se encontraba embarazada de su primer hijo.

Cierta ocasión que pasaba la medianoche y que mi abuelo estaba ausente, ella se encontraba dormida, cuando de repente, un incesante coro de perros ladrando y aullando vino a turbar la tranquilidad de aquel lugar. Tan fuerte era el ruido que mi abuela despertó y se incorporó para averiguar qué era lo que causaba tal escándalo. Ella poseía un carácter impresionante y un valor fuera de lo común y nunca se sintió intimidada ni por vivos ni por muertos.

Al situarse tras la reja de su domicilio, presenció algo insólito: un descomunal perro negro que se desplazaba sobre sus dos patas traseras y que conforme iba avanzando realizaba una especie de macabra danza, tras de él iba una decena de perros que ladraban y aullaban desesperados, pero que sin embargo no se atrevían a atacarlo.

Tal vez parezca increíble, pero en ese momento mi abuela no sintió miedo sino más bien una especie de fascinación y curiosidad, por lo que no se movió de su lugar. La bestia, al parecer, la ignoró y siguió su camino hasta perderse en las sombras de la noche.

Esta situación se repitió durante determinadas noches, en las cuales mi abuela salía para presenciar, semioculta tras una albarrada, el macabro “espectáculo”. A pesar de que era difícil que la bestia no se percatara de su presencia, por motivos desconocidos parecía ignorarla. Sin embargo, mi abuela nunca se lo contaba a nadie.

En cierta ocasión mi abuelo, que como les mencioné al principio trabajaba como policía, llegó a altas horas de la noche, justamente en uno de esos días en los que la bestia realizaba su habitual recorrido; se extrañó al ver que mi abuela estuviera despierta y fuera de su casa, ya que él no tenía programada su hora de llegada…

-Mujer, ¿Qué haces levantada a esta hora? -Inquirió a su esposa…

-Shhh, no hagas ruido, quédate acá conmigo, quiero que veas esto –contestó ella, haciéndole señas para que se colocara detrás de la albarrada.

Justo en ese instante, un ensordecedor coro de ladridos y aullidos, anunció y dio paso a la llegada del gigantesco perro, que como siempre avanzaba caminando sobre sus dos patas traseras y ejecutando su alucinante danza.

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Mi abuelo quedó petrificado de la impresión y sintió un fuerte escalofrió recorrer su cuerpo, no atinando más que a quedarse callado observando que la criatura se alejara con rumbo a lo que hoy se conoce como el parque de Wallis.

Una vez repuesto y con una mezcla de enojo y terror reprendió severamente a su esposa:

-¿Cómo te has atrevido…? ¿Acaso no sabes qué es eso? 

A mi abuela no le quedó más remedio que confesarle que era no era la primera vez que presenciaba ese suceso  y que ella no sentía temor alguno, aumentando el desconcierto y espanto de mi abuelo que no alcanzaba comprender por qué a su esposa no le había dicho nada.

La noche siguiente mi abuelo se colocó en una de las esquinas donde cruzaba el misterioso ser, y con un libro comenzó a decir unas oraciones y a realizar una especie de ritual, con el objeto de alejarlo de ese lugar.

Al parecer el ritual realizado tuvo éxito, y al menos por ese rumbo no se volvió a saber nada de ese misterioso ser, sin embargo la historia no tuvo un final feliz… mi abuela fue tocada por los vientos malignos que emanaban de aquella entidad y perdió al hijo del que estaba embarazada.

“Me atrevería a decir que aquel ser era un Huay-Peek (perro brujo) que cruzaba por ese rumbo con tal de perjudicar a una persona en específico, sin embargo entre la familia y algunos vecinos que conocieron la historia, se aseguraba que se trataba del mismísimo demonio”, finalizó.

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