Cuaresma: tiempo de renovación para la Iglesia

Como integrantes de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, nos recuerda el Papa que “Si un miembro sufre, todos sufren con él”

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Imagen del Arzobispo de Yucatán, Emilio Carlos Berlie Belaunzarán, esta mañana en la Catedral de Mérida durante la misa del Miércoles de Ceniza. (Milenio Novedades)
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Milenio Novedades
MÉRIDA, Yucatán.- En su mensaje para la Cuaresma de 2015 el Papa Francisco nos dice que éste “es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un “tiempo de gracia” (2 Co 6,2). 

Precisamente porque estamos iniciando un tiempo de gracia, que tiene la finalidad de disponer nuestros corazones para que podamos experimentar en nosotros y en nuestras comunidades la Pascua de Cristo –morir al pecado para resucitar a la vida nueva con Él-, quiero invitar a todos los fieles de nuestra Arquidiócesis a estar muy atentos para descubrir lo que Dios nos pide en esta Cuaresma.

Nos consuela saber que, según palabras del Santo Padre,  “Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes. Él no es indiferente a nosotros… Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos... Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás… no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos” (Mensaje cuaresmal 2015, n.1).

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real. Por eso insiste el Papa en que necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan. Y nos propone tres pasajes para meditar: como miembros de la Iglesia universal, como integrantes de parroquias o comunidades y como individuos. 

Como miembros de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, nos recuerda el Papa que “si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Co 12,26). El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. 

Como integrantes de parroquias y comunidades debemos dejarnos interrogar por la Palabra del Señor que nos pregunta “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). Una interrogante que nos invita a superar los confines de la iglesia visible por dos caminos: primero, a través de la oración, que nos hace experimentar la comunión con los hermanos que nos han precedido en la fidelidad a Dios y que interceden por nosotros: los santos. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.  En segundo lugar, las comunidades están llamadas a cruzar el umbral que las pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Y para este veneno el Papa nos propone el antídoto: “Fortalezcan sus corazones” (St 5,8).  Podemos fortalecer nuestro corazón en primer lugar con la oración. También lo podemos hacer con gestos de caridad, llegando a todos a través de los organismos de caridad de la Iglesia y, finalmente, con nuestra sensibilidad para ver en el sufrimiento del otro una ocasión para nuestra propia conversión porque la fragilidad del hermano nos recuerda nuestra propia limitación y nuestra dependencia de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, es necesario pasar de las palabras a las acciones. Para ser un signo de comunión con la iniciativa del Santo Padre, he dispuesto que en todas las parroquias y comunidades de nuestra Arquidiócesis se realice la jornada “24 horas para el Señor”, los días 13 y 14 de marzo. Propongo, también, que como fruto de la oración y de la práctica del ayuno cuaresmal, se oriente le limosna a través acciones concretas de caridad en favor de los más necesitados.

Invito a todos los fieles y a todas las comunidades de nuestra Iglesia local a vivir juntos este tiempo de renovación y de gracia que el Señor nos propone en esta Cuaresma.

Mérida, Yucatán, 18 de febrero de 2015.
† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
IV Arzobispo de Yucatán

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