'Vivir así es morir poco a poco': refugiados sirios

El asedio del Estado Islámico obligó a miles de personas a dejar todo atrás para proteger su vida y la de sus familias.

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En los campamentos de refugiados sirios en Turquía no siempre hay comida para todos y escasean los servicios sanitarios. (Notimex)
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Agencias
SURUC, Turquía.- Sus casas están a sólo unos cuantos kilómetros. Con prismáticos, desde una colina del lado turco, pueden ver cómo las sofisticadas armas del Estado Islámico las destruyen. A pesar de los evidentes peligros, a muchos les gustaría volver y defenderlas a cualquier costo. Son los refugiados de Kobane, la ciudad siria fronteriza que se ha convertido en las últimas semanas en el símbolo de la resistencia kurda.

En el distrito de Suruc, cerca de la frontera con Siria, han encontrado refugio unas 70 mil personas de las más de 200 mil que han tenido que huir de Kobane, la ciudad siria de mayoría kurda que desde el 16 de septiembre es víctima del feroz asedio del Estado Islámico. 

En el centro de Suruc se encuentran los mayores campos de refugiados de la región. Están todos superpoblados, son improvisados y no tienen suficientes servicios. Y, lo más importante, cuestionan a diario la dignidad de sus habitantes.

“Maldigo el día en que decidí dejarlo todo y venir aquí con mi familia. A los que se quedan en Kobane los asesina Daesh (el acrónimo árabe de Dawlat al-Islâmiyya fî al-Irâq wa s-Shâm, como también se llama el Estado Islámico), pero vivir en los campamentos es como morir poco a poco”, dice con los ojos inyectados de ira Namo, de 66 años, que llegó hace una veintena de días a Kobane Camp, el primer centro de acogida en Suruc, con sus tres esposas y sus dieciocho hijos. Al igual que otras dos mil personas, la familia de Namo vive en tiendas de campaña de plástico gris, que abrasan cuando el sol bate con fuerza y que por la noche no retienen el calor.

“Nunca hemos sido ricos, pero en nuestra Kobane no nos faltaba de nada. Teníamos una hermosa finca en la periferia al oeste de la ciudad. Muchos de mis hijos trabajaban ahí. Y míranos ahora, no podemos permitirnos ni siquiera ofrecer chai [té] a nuestros huéspedes. Daesh se ha apoderado de una gran parte de nuestra ciudad, y los turcos no nos permiten traer los vehículos y el ganado a Turquía”, sigue explicando Namo con la mirada baja.

Al margen

Los turcos han cerrado la frontera con Siria. Quieren mantenerse al margen del conflicto que enfrenta en Kobane, a unos centenares de metros de su territorio, a los kurdos sirios del YPG (Unidades de Protección Popular, las milicias kurdas de autodefensa) y la milicia del Estado Islámico, muy superior en número y en armas.

Después de largas esperas de incluso varios días, los militares han dejado entrar en Turquía a los últimos civiles de Kobane.

“Mi hermana, mis seis hijos y yo nos quedamos atrapados en la frontera durante ocho días. Nos hacían dormir al aire libre, los pequeños enfermaron. Fue horrible, y aquí las cosas no son muy distintas”, dice Nahide, de 45 años, que con su familia encontró refugio en la mezquita de Abmed-I Bican, cerca de la céntrica plaza de Ataturk. En esta mezquita, abarrotada, viven más de treinta familias.

"¿Qué clase de vida es esta? Ni siquiera los animales viven así"

El marido de Nahide se quedó en Kobane para vigilar la casa, el coche y los animales. “Hablamos por teléfono todas las noches. Me dice siempre lo mismo: ‘La situación está empeorando día a día’. Está pensando en dejarlo todo y venir aquí con nosotros. Espero que lo haga. Ya he perdido un hijo en esta maldita guerra: tenía sólo 19 años y se había unido a las YPG”.

En los campamentos, organizados y financiados por el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) con el modesto apoyo de organizaciones humanitarias internacionales y de gobiernos extranjeros, no siempre hay comida para todos y los servicios higiénicos son totalmente insuficientes para tan gran cantidad de gente. Los niños juegan en el barro y son pocos los que consiguen lavarse con una cierta regularidad. Además, el invierno se acerca y cada vez más personas enferman.

Por el Cultural Centre, la biblioteca de Suruc, readaptada como dispensario médico para los refugiados de Kobane, pasan un promedio de dos mil personas cada día. Aquí reciben gratuitamente medicamentos y tratamientos básicos. “Si quieres una aspirina y no tienes dinero para comprarla en la farmacia, tienes que venir aquí y ponerte en la cola. Si tienes suerte la puedes conseguir en tres o cuatro horas”, susurra Feryad, de 26 años, desde la fila que se ha formado en la entrada del consultorio, en el segundo piso del Cultural Centre.

“El PKK, que es quien lo financia todo, no permite retirar más de dos medicamentos al día por familia. Es el tercer día consecutivo que vengo aquí, tengo nueve hermanos más pequeños que siempre tienen algún mal y necesitamos medicinas. Total, no tengo nada mejor que hacer”, añade Feryad, que antes de la guerra en Siria estudiaba idiomas en Alepo.

Los monstruos

A pesar de todo, el campo de refugiados que vive la situación más crítica es sin duda el de Avesta Dugun Salonu, que hasta hace sólo un mes era un salón para ceremonias. Durante el día este edificio está casi vacío y en su interior, por las paredes, se apilan cientos de colchones de espuma. Por la noche es el refugio de más de mil personas.

“A partir de las diez de la noche ya nadie se mueve. Apenas das un paso en la oscuridad corres el riesgo de caer encima de alguien que duerme en un colchón tirado en el suelo. ¿Qué clase de vida es esta? Ni siquiera los animales viven así”, espeta Edris, de 51 años, que llegó a Suruc con su numerosa familia hace veintitrés días.

"Me paso las noches llorando, y mi esposa también. Hemos perdido a un hijo en los combates, y otro lleva ocho meses en manos de Daesh. Al menos eso es lo que creemos, no hemos sabido nada más de él. Se fue a Irak para buscar trabajo y en el camino esos monstruos lo capturaron. Lloramos por ellos y por todos los hijos de Kobane que han dejado su tierra y que han muerto para defenderla", dijo. 

"Si los turcos lo permitiesen, volvería inmediatamente a Kobane, cogería las armas y sacrificaría mi vida por la resistencia kurda. Hace un par de días vi a mi hija de tres años, hambrienta, hurgando en la basura en busca de comida. Estoy profundamente avergonzado. No tiene sentido vivir de esta manera, en la inercia y en la miseria. Es mejor morir en el campo de batalla”.

(Información de Notimex)

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