Heras, el pueblo de las milicias que luchan contra el EI

Ni siquiera está en el mapa, pero es una de las ciudades que más cerca esta del grupo terrorista que ha dejado en shock al mundo con su ataques.

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Sus habitantes, agricultores y ganaderos pobres, se han convertido en el blanco de los extremistas. (Notimex)
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Agencias
ROJAVA, Siria.- El pueblo de Heras, en el cantón de Al-Jazeera, está a unos 500 metros de la línea de frente con el Estado Islámico. En Rojava, Heras es una de las ciudades más cercanas a la banda terrorista, que con sus atrocidades ha dejado en shock al mundo entero.

Sus habitantes, agricultores y ganaderos pobres, se han convertido en el blanco de los extremistas. Los milicianos de las YPG, después de la reciente explosión de un coche bomba, han reforzado su presencia en la zona. Pero la situación sigue estancada.

Heras ni siquiera está en el mapa. Sin embargo, su nombre aparece con frecuencia en las comunicaciones de las YPG, que luchan contra el autodenominado Estado Islámico, activo desde hace meses en la región. La línea de frente no siempre está en el mismo sitio, pero en las últimas semanas parece haberse establecido en las afueras de Heras, según publica Notimex.

Para llegar a este pequeño pueblo hay que pasar decenas de puestos de control, y el último tramo debe hacerse a pie, atravesando campos embarrados, porque los pick-up son un blanco fácil para los proyectiles de los yihadistas.

Poblada exclusivamente por árabes -casi 200 personas-, Heras está protegida día y noche por los combatientes kurdo-sirianos de las YPG. A unos cientos de metros de distancia se encuentran varios emplazamientos del Estado Islámico, que ha ocupado gran parte del territorio del cantón de Al-Jazeera.

“Nuestra intención es echar a Daesh (el acrónimo árabe de Dawlat al-Islâmiyya fî al-Irâq wa s-Shâm, como también se llama el Estado Islámico) y lo conseguiremos, es sólo una cuestión de tiempo. Se combate sobre todo por la noche. Daesh aprovecha la oscuridad para cogernos por sorpresa, pero tenemos siempre los ojos abiertos”, dice Akim M., de 51 años, comandante de las YPG de la zona.

El Estado Islámico ha provocado que la gente huya hacia algún campo de refugiados de la vecina Turquía

La semana pasada un coche bomba que conducía un militante del Estado Islámico explotó en el centro de Heras, e hirió de poca gravedad a cinco personas. El vehículo había superado todos los puestos de control de las YPG, que como consecuencia han aumentado el número de personas en las proximidades de la línea de frente.

Los habitantes de Heras, presos de la ira, se tomaron la revancha con lo que quedaba del agresor: una pierna carbonizada.

“Comenzaron a tirar piedras contra esa pierna. Un hombre incluso la ensartó con una horca. No fue fácil pararlos. No es justo ensañarse con un hombre muerto, aunque fuese de Daesh. Fue un espectáculo horrible. Antes del ataque, no había muchos combatientes de las YPG aquí en el pueblo, pero después llegaron refuerzos”, recordó.

“El objetivo del ataque eran civiles y no militares: el coche, de hecho, explotó en la zona opuesta a donde está nuestra base”, cuenta el comandante, que no puede decir el número exacto de combatientes de las YPG que están en Heras.

La gente está aterrorizada. Los que pueden cogen sus escasas pertenencias y huyen hacia algún campo de refugiados de la vecina Turquía. Pero son muchos los que creen que antes que ser desplazados prefieren resistir y quedarse en Heras.

“¿Dónde debemos ir? Algunos de mis familiares están en un campo de refugiados en Turquía. ¿Qué clase de vida es esa? Prefiero quedarme aquí, entre los coches bomba y los proyectiles. Los civiles nos hemos convertido en el blanco de Daesh. Sin embargo, somos buenos musulmanes, musulmanes sunitas. Y además somos árabes, no kurdos”, dice Yusraa, de 48 años, viuda y madre de cuatro hijos.

El coche bomba estalló justo en frente de su casa: destruyó toda la fachada y una gran parte del techo. El frío acecha, y ella y sus familiares se han trasladado temporalmente a la casa de unos vecinos.

“Tenemos que reconstruir la pared y ni siquiera tenemos dinero para el cemento. Me pregunto si realmente vale la pena. ¿Y si sucede otra vez? Tenemos una gran confianza en los hombres de las YPG, pero los de Daesh están mejor armados”, dice la mujer.

“Los nuestros tienen armas viejas y oxidadas, he escuchado varias historias de combatientes que han resultado heridos por el mal funcionamiento de sus Kalashnikov. ¿A qué esperan esos monstruos para dar el golpe de gracia?”, afirma.

Cerca de la casa de la familia de Yusraa están los escombros de lo que hasta hace poco había sido una casa. Es inevitable pensar que es el resultado de otro ataque. Pero no.

“Aquí vivía la familia de Raakin. En el pueblo lo conocíamos todos, aunque nunca tuve buena relación con él. Hace dos meses decidió unirse a Daesh. No dijo nada a nadie, ni siquiera a sus padres. Mandó un mensaje al móvil de su padre, eso es todo. Nadie podía creerlo. ¿Qué lo habrá llevado a hacer algo así?”, se pregunta Nabeel, un pastor de 31 años.

Cuando se conoció la noticia en Heras, la gente comenzó a insultar y amenazar a la familia de Raakin, que al final tuvo que abandonar el pueblo para un destino desconocido en Turquía. Entonces, cuando la situación con los yihadistas en el campo de batalla se agravó, los habitantes de Heras decidieron desfogarse demoliendo la casa donde creció uno de sus enemigos.

“Fue así de natural. Los de Daesh nos habían cortado la electricidad, disparaban proyectiles continuamente y no podíamos cultivar la tierra ni llevar el ganado a pasturar. Incluso dormir era imposible. El viejo Lufti arrojó una piedra contra una ventana de la casa de Raakin. Muhsin, el carpintero, lo siguió, y así muchos otros”, narra Nabeel.

“Hasta que alguien se presentó con una lata de gasolina, la vertió en el interior de la casa y lanzó una cerilla. Al cabo de pocos minutos todo estaba envuelto en llamas. Pensándolo bien, habría sido mejor no malgastar así la gasolina. Hace ya no sé cuántos días que no tenemos para la calefacción y los tractores”, concluye.

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