Tras la guerra, campesinos recuperan sus tierras

Fueron desplazados o despojados por los distintos grupos armados ilegales y ahora han vuelto para rehacer sus vidas.

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Familias campesinas se dedican al cultivo de pimienta y a la cría de ganado para rehacer sus vidas. (EFE)
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EFE
VALLE DEL GUAMUEZ, Colombia.- En las selvas del sur de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador, familias campesinas se dedican al cultivo de pimienta y a la cría de ganado para rehacer sus vidas en tierras de las que habían sido expulsados años atrás por el conflicto armado.

Uno de ellos es Tomás Humberto Solarte, quien a sus 54 años no esconde la alegría de haber vuelto a su terruño en el caserío de Los Ángeles, que hace parte del municipio de Valle del Guamuez, junto con su mujer y sus tres hijos.

"El desplazamiento fue en el 2000, la orden era que nosotros saliéramos dejándolo todo, tocó obedecer y nos fuimos, yo me fui para Nariño donde estuve ocho años y cuando volví (en 2008) mi finca no era nada, puro monte, no había nada de que echar mano", recuerda a Efe sobre aquellos años en que tuvo que irse por la presión de guerrilleros y paramilitares.

En el Putumayo, un departamento selvático, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y las ahora desmanteladas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), se enfrentaron durante años por el control de los cultivos de coca, lo que obligó a los campesinos a abandonar sus tierras.

Pero Solarte nunca perdió la esperanza de volver a lo suyo: "Yo tenía la idea de que esto no iba a durar todo el tiempo, cuando se normalizó un poco decidimos venirnos, y entonces nos comentaron del programa de Restitución de Tierras".

La Ley de Restitución de Tierras fue sancionada hace cinco años, el 10 de junio de 2011, por el presidente Juan Manuel Santos para devolver a víctimas del conflicto colombiano las propiedades de las que fueron desplazados o despojados por los distintos grupos armados ilegales.

"Hace casi tres años que estamos con este programa (...) ha sido de gran bendición para nosotros los campesinos", dice Solarte.

Recuerda también que regresó a su propiedad, sin dinero pero con esperanza, y la Unidad de Restitución de Tierras le ofreció, al igual que a otros campesinos en su misma condición, ayuda para volver a empezar con la siembra de pimienta o la cría de ganado.

"Fuimos varias familias favorecidas (...) algunos pidieron para sembrar pimienta, otros pidieron para ganado, y yo, como había tenido animales en el Caquetá, entonces pedí ganado y ese es ahora mi trabajo", afirma.

Pese a que los tiempos han cambiado, las marcas del conflicto armado todavía son visibles en las propiedades de los campesinos

Solarte tiene una cabaña de unos doce bovinos, así como una huerta para la subsistencia de su familia, que hace parte del compromiso con el programa, mientras que vecinos suyos recibieron 12 mil plantas de pimienta cada uno para sembrar y de cuyos granos viven hoy.

"Es que no hay como trabajar en lo propio, además que trabajarle a otro es muy duro, entonces cuando es de uno se trabaja con más moral", señala.

Solarte explica que aunque hoy se vive en relativa calma, en parte por el proceso de paz del Gobierno con las FARC, no tienen la seguridad "de que no vuelvan" los paramilitares o guerrilleros.

"Gracias a Dios no hay víctimas en la familia, aunque a mi hermano sí lo amarraron los paramilitares para matarlo en (el caserío) El Placer, y a causa de eso, como es nervioso quedó con una enfermedad que tiembla, pero lo van a indemnizar", dice.

Pese a que los tiempos han cambiado, las marcas del conflicto armado todavía son visibles en la finca de Solarte, en cuyo techo se ven orificios de proyectiles y él mismo muestra un cinto todavía con balas que hace tres meses encontró cuando limpiaba una cañería.

"Esto es producto de la guerra, esto lo encontré destapando el caño que estaba tapado en la finca (...) fue la herencia que me dejaron, esto fue el motivo para venir a uno a sacarlo de aquí del Putumayo", manifiesta.

En ese punto vienen a su mente los recuerdos de aquellos difíciles años de 1999 y 2000, cuando comenzaron las penurias para los habitantes de la zona.

"Esto es duro, ni al mejor enemigo se le desea; eso es vivir todo el tiempo asustado, con temor, uno no debe nada, por eso estamos vivos, pero una bala por ahí mal cruzada lo puede estar matando a uno también, porque aquí esto era bala para allá, bala para acá", relata.

Según cuenta, cuando había enfrentamientos "nos tocaba enterrarnos; hacer huecos y cuando oíamos la guerra meternos ahí. Nosotros no es que solo la hayamos visto, ni sentido, es que la vivimos".

Trabajando la tierra también encontró dos granadas sin explotar que recogió y guarda en su casa como un trofeo siniestro.

"Ahí las tengo de recuerdo, pero me da miedo que venga la ley y me diga que por qué tengo esto, quizá las entierre o las entregaré a la Policía porque de pronto es un delito tener esto, aunque ya no sirven, pero igual es un mal recuerdo de todo ese tiempo perdido", asegura.

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