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Desde que inicié en la escritura comprendí que “vivir de lo que escribes” no significa vender muchos libros u obtener regalías, sino participar de todos los medios posibles que el ecosistema literario pone sobre la mesa. Y corría el año 2017 cuando decidí, por una urgencia, realizar un pequeño taller de poesía en mi habitación: asistieron aproximadamente cuatro personas. Logré reunir lo necesario para los gastos de la universidad, por lo que el taller fue un éxito rotundo. Pasó el tiempo, y el proyecto de impartición de cursos tomó un rumbo más profesional con la fundación del Centro de Experimentación (que para ese momento contenía otra palabra: “Literaria”), espacio en el que sigo y, si la vida lo permite, seguiré impartiendo talleres de poesía. Ése es mi trabajo. Soy escritor y tallerista de tiempo completo.

Una de las preguntas más comunes que recibo, al explicar mi trabajo, es ¿qué libros has escrito? Y al artífice del interrogatorio se le borra la sonrisa cuando escucha respuestas evasivas. He escrito libros, por supuesto, pero no bestsellers ni historias de terror. Escribo libros de poemas que suponen pequeños triunfos editoriales cuando agotan su tiraje de 100 o 200 ejemplares, o cuando son descargados 2,000 veces. ¿Y dónde está el negocio? No lo hay. Esa respuesta marcaría el fin de la conversación como un hacha de hielo.

Y la plata, el dinero, el mercado, “no se lleva con la poesía”, dicen muchos poetas con inmensa tranquilidad. Se discute a menudo qué tan lícito es encontrar la temperatura exacta de los concursos literarios y, como una máquina, producir textos para ganar uno y otro certamen. ¡Oh, sorpresa!, es 100% lícito: algunos logramos emprender, pagar comida y renta, sobrevivir con algún premio; si alguien, perdido, busca en esto la maldad no va a encontrarla. Nadie con mínimas luces en la literatura aprecia un libro por su premio. El dinero y la publicación (potencialmente más dinero) que conlleva cada reconocimiento es, para algunos, una forma de liquidar sus deudas, de pagar recibos y sobrevivir otro par de meses. Toda lucha por comer es irremediablemente lícita.

En lo personal, cada vez que imparto talleres o reviso manuscritos, recomiendo a los escritores concursar sin falta, aprender a elegir premios para sus obras y entender, con claridad, cómo funcionan los medios que brinda el ecosistema literario. En verdad, cada premio obtenido por alguien, pienso, tiene un valor personal antes que poético. En el transcurso de la publicación de un libro (que en el mejor de los casos será comentado y cuestionado), el autor goza de la tranquilidad que el premio económico causa. Siempre lo celebro.

Si tienes tiempo de pensar en la literatura como un ente abstracto que sobrevuela nuestras cabezas y nos visita en sueños mientras bebe de un ojo de aguaonírico, puedo entender tu postura de que los escritores que ganan montones de premios son deshonestos. Ahora bien, la realidad es otra. Si un sujeto toma la decisión de trabajar o no en una oficina, en un emprendimiento, mientras busca becas o premios literarios para mejorar el mes, te deseo el mejor de los éxitos. Ojalá lo consigas.

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