Elecciones 2024
|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Para Hugo Trujillo

En días recientes se realizó la premiación del Concurso Estatal de Jóvenes Escritores del Colegio de Bachilleres de Quintana Roo, en el que tuve la oportunidad de ser jurado y realizar, en la ceremonia de clausura, una conferencia compartida con Mauro Barea y David Ortiz, compañeros de la terna evaluadora. Quiero dejar constancia de este suceso: la formidable organización, la participación del alumnado (con más de 60 textos recibidos), los nuevos amigos y, por supuesto, la experiencia de volver, de alguna manera, a la preparatoria.

Recuerdo con el mejor de los ánimos mi recorrido por las aulas del Centro de Educación Artística Ermilo Abreu Gómez, institución que me permitió no sólo concluir el bachillerato sino también ejercer la creación literaria. Cuando digo que el Cedart “me permitió” ejercer la creación, lo digo en serio: fui parte de la segunda generación del Específico (o especialidad) de Letras. Fue ahí, en esas aulas, que descubrí (más bien inventé, detoné) la vocación por la escritura. Siempre tuve el apoyo de ciertos profesores, tuve espacios que me permitieron circular lo escrito, como el Concurso de Cuento y Poesía 100 Años de Letras Mexicanas que obtuve en 2014. También recuerdo el allaccess que teníamos a los libros: éramos un grupo muy pequeño, apenas seis personas, por lo que rotábamos entre aulas disponibles y una mesita en la biblioteca.

Mi formación como escritor proviene, de manera plena, del bachillerato: viví una adolescencia marcada por el “no sé”, no sé qué estudiar, a qué dedicarme; marcada por el “claro que sé” de todos mis compañeros de generación. En el Cedart supe lo que tenía que hacer, pero no tenía, aún, el “derecho” de ver la literatura como un oficio. Usé esa etapa de estudio y obsesión para ganar ese derecho. Después de la preparatoria, la universidad sólo fue una etapa de tránsito. Mi alma mater, con todo y el repudio que me genera el sentido de pertenencia, es la institución en la que cursé el bachillerato. A menudo se habla de ciertos campos formativos en Yucatán: los escritores son fruto de las universidades y la Escuela Estatal de Bellas Artes. El Cedart no suele figurar en la lista, y quizá por eso, desde esa discreción institucional, siempre he preferido mantenerme al margen de la vida literaria.

Gracias al Colegio de Bachilleres de Quintana Roo, y su Concurso de Jóvenes Escritores, recordé todas estas cosas. Existen los Escritores del bachillerato, los que no tienen que dedicarse de manera forzosa a la academia, quienes, desde una intuición personal como curso preparatorio, ejercen sus primeros poemas, cuentos y anotaciones. Textos que rezan augurios. Los temas contenidos en el concurso mencionado marchaban entre la angustia juvenil y la violencia del narcotráfico, con rasgos destacables de madurez discursiva, humorística y narrativa. La cereza del pastel fue ver el rostro y escuchar las palabras de los ganadores: recordé mi emoción de hace diez años. Quizá nos volvamos a encontrar con esos estudiantes de otra manera, siendo colegas de oficio y recordando el 2024 como “el año en que todo inició” para ellos. La vocación de quien escribe, a veces, se inventa; otras veces se descubre en los pasillos de la prepa, perdurando junto al primer o segundo amor, y ciertos amigos entrañables.

Lo más leído

skeleton





skeleton