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Cada vez que somos presa de enfermedad, lo primero que visualizamos es el estar en un consultorio, atendido por particular especialista a quien casi le exigimos nos expida receta que alivie la dolencia, máxime si del sistema de salud gubernamental hablamos. Los avances en el área médica han sido magnificentes, sin reparar en nuestro compromiso que como sociedad tenemos, para perpetuar la integridad corporal.

Hasta hace 50 años era impensable visualizar el interior de un cerebro, a menos que se realizara una cirugía de cráneo. Tratamientos como las terapias biológicas para la artritis deformante, trombolíticos para infartos o el uso de acelerador lineal para reducir o achicar un cáncer serían capítulos de alguna obra que emulara al novelista, dramaturgo y poeta Julio Verne.

Estos avances tecno-médicos nos han permitido prolongar la actual esperanza de vida y mejorar las condiciones del cuerpo humano, pero la pregunta a estas alturas sería: ¿cuál ha sido, como sociedad, la participación para sumar esfuerzos y evitar reducir la cabalgante posibilidad de enfermarnos? ¡Realmente poca!

Vivimos en un constante devenir, dentro del cual la búsqueda del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo evidencia la decadencia del ser humano en el rubro de la salud. Tal parece que olvidamos que cualquier proyecto se debe construir con dedicación y perseverancia. Al día de hoy, todo lo queremos resolver con “una pastilla mágica”. Así tenemos al que quiere bajar de peso, al que padece de la presión, al que tiene diabetes o al bronquítico fumador. Muchos de los anteriores ansían que los avances tecnológicos nos provean de la panacea, cual producto “milagro”, y curen males, sin dar un golpe.

Es irresponsable pensar que tan sólo el experto debe actuar cuando de enfermedades hablamos. Es correcto que exijamos oportunidad y certeza diagnóstica al médico que nos asiste, pero, con la honestidad y madurez que nos deben regir, pregúntate: ¿qué hice para evitar que me enfermara? Recuerda que cuando se trata de recuperar la salud, se requiere trabajo en equipo, 50% capacidad del profesional y 50% compromiso real del paciente para cumplir con el tratamiento y con medidas preventivas, lograr modificar los inadecuados como arriesgados estilos de vida que nos matizan.

Por todo lo dictado, amable lector, te confirmo que “no todo es una pastilla” para estar sanos. Hay que educarnos, leer, buscar orientación, realizar ejercicio, cuidar la alimentación, manejar el estrés, dormir con calidad y promover valores que permitan “evitar la enfermedad”.

Tenemos que invertir en el capital más importante del ser humano: la salud. ¡Cuesta trabajo!, claro que sí, pero bien lo vale cuando pasan los años.

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