Cárcel de Cancún, una hacienda que nadie desea; sector I, de zetas

CANCÚN, Q. Roo.- El área en la que no cualquier detenido puede ingresar, donde pululan individuos conocidos por ejecuciones y violencia.

|
Describen la visita que se realizó en el sector de la penitenciaría de Cancún. (Redacción/SIPSE)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Redacción/SIPSE (Segunda Parte)
CANCÚN, Q. Roo.- A un lado de la cancha de béisbol hay una caseta que al pasar deja una separación de un metro y medio que conduce a unas escaleras, mismas que conducen a un pasillo donde la luz comienza a degradarse en grises dejando a oscuras las celdas frente a frente, es un área en la que no cualquier detenido puede ingresar, zona en donde pululan individuos conocidos por ejecuciones y violencia que lastimó a algunas familias no sólo aquí, sino en varias partes de México, el grupo delictivo de los más “peligrosos” son quienes viven en el sector I de la Cárcel de Cancún, “Los Zetas”.

El sector I es un lugar donde después de pasar una puerta principal tiene la zona de celdas y a un costado una pequeña cancha de básquetbol, un par de lavaderos y otro cuarto abandonado. Algunos dudan adentrarse cuando los que se encargan de la penitenciaria indican que “Los Zetas” residen dentro debido a que es como una isla apartada de aquella “hacienda” como le dicen otros reos.

Al abrirse la puerta para el sector I, un custodio recibe mirando y obedeciendo la indicación de uno de los que autorizan la entrada y escolta al visitante; con la ametralladora enfrente y cubriendo la retaguardia por dos custodios armados se procede a ingresar.

El lugar es de paredes claras con orillas verdes, el aroma en el viento es como el de una casa que apenas se habita dejando la estela de humedad y cemento en el aire. Frente al acceso a las celdas hay unas escaleras que conducen al segundo nivel de aquel edificio que parece ordinario.

Antes de ingresar a las celdas hay una estructura que recuerda a las secundarias de Benito Juárez cuando los alumnos han salido de vacaciones, solitarias como un desierto, tan sólo faltaba una planta rodadora bajo los rayos del sol para tener esa imagen de películas de “Western”.

Hay una cancha de básquetbol, es pequeña y sus colores opacos, a un lado tiene un área de lavado de donde se asomaba una mujer, tan sólo su cabello chino y mirada seria comienza a demostrar que ahí no es tan solitario después de todo, es como ir al cementerio y de pronto toparse a un extremo a otro visitante. Antes de poder decir palabra el peso de miradas que atraviesan las celdas comienza a caer, el bullicio se deja derramar alcanzando los oídos, al voltear y alzar la cabeza varios ojos se fijan en un mismo objetivo, la visita.

Mantienen el cuerpo erguido, la cabeza un poco hacia atrás, los hombros al frente en posición retadora son señales que parecen no demostrar miedo, como cuando dos bandidos se encuentran, se golpean hombro con hombro demostrando su “poderío”.

Es el sector de hombres y mujeres que no aceptan a nadie que no tenga la letra que reside al final de abecedario, individuos que de acuerdo con aquellos que portan las armas si se mezclan en otros sectores generan problemas de rivalidad dañando a otros internos, e incluso atreviéndose a asesinar.

Las miradas vigilantes denotaban el término que utilizan en boletines de la Secretaría de Seguridad Pública a los vigilantes y controladores de tiradores de droga, los “halcones”; como el caso de Porfirio Alberto Reyes Sánchez, quien fue interceptado en un taxi clonado mientras portaba un arma de fuego calibre 45 milímetros y al ser interrogado indicó ser un “halcón” de entre varios que han caído.

Antes de adentrarse en el edificio grande, el de las celdas, la visita a un cuarto amplio que tiene algunas sábanas colgadas y dos mujeres aseando deja un momento de silencio, una de ellas deja de lavar unas prendas sobre una mesa y mira extrañada mientras los músculos del rostro la traicionan y sonríe, la otra dama sólo mira sus pies sobre su cama, recargada a un costado de la pared blanca. Es inevitable ver las muchas bolsas con marcas que cuelgan de uno de los tendederos, hasta Chapur y Liverpool adornan esas áreas. La mirada de quien fregaba la ropa se parecía mucho a la mirada de Ana Karen Juárez Herrera cuando fue presentada como una mujer “halcón”, misma que había sido detenida en enero del presente año junto con  Fernando Rangel Cegado, alias “El Feyo”, presunto líder del grupo delictivo aquí en Cancún y mismo que desde marzo estaba en proceso penal. Ana Karen es hermana de la esposa de Miguel Arturo García Gutiérrez, alias "El Metralleta", también zeta, quien participó en la ejecución de dos vendedores de vehículos.

El fregar la ropa de nuevo rompe el silencio, las botas resuenan para salir de ahí y mirar de frente de nuevo a los intrigados ojos asomándose por el segundo nivel que antes de llegar a él, se han escondido.

Ya en la entrada a las celdas, en un escalón un hombre robusto y solitario no levanta la mirada pero da las buenas a quienes escoltan y a la visita, en el pecho no parecen existir tatuajes.

Sin más la visita continúa mientras el polvillo se arremolina en las esquinas de los escalones, mismos que tienen manchones negros como las aceras de Cancún con chicles pegados.

Al sonar de las botas militares unos cinco reclusos voltean, miran sin decir palabra y regresan a su juego de mesa color café con fichas de un solo color azul pálido; del lado izquierdo de los jugadores se encontraba un pasillo oscuro, el sector I es un espacio en donde la luz del sol no entra muy bien, las rejas negras y las sábanas delgadas de diferentes colores levantadas por el aíre frío crean la perfecta atmósfera de alguna película de espantos. A medio camino lo único que ilumina son las flamas de algunas veladoras con vasos de cristal, las cuales revelan colores de adornos y cuadros de aquella que viene a recoger las almas de a quienes les llega la hora; las representaciones de la muerte, a quien le tienen puesto un altar, varían; algunas se ven caricaturescas o como las que plasman en sus motocicletas algunos “Choppers” y otras son el esqueleto humano tal y como se vería abriendo un ataúd después del proceso de putrefacción dejando los restos óseos. Observar aquel altar que va de la mano con las fechas recientes del festejo de los muertos, el aroma y textura del pasillo de cemento viaja la imaginación a los cementerios.

La celdas de los residentes de ese sector están cubiertas por telas, las cuales no permiten con mucho detalle su interior; algunas tienen televisión, otras no. Las que revelaban su interior tenían parrillas eléctricas, cobijas en las planchas para dormir, cajas arrumbadas, repisas con artículos personales como pantalones y playeras.

Algunos de los residentes decidieron salir de sus celdas ocasionando que el los custodios tomen posición de prevención, pues su misión es procurar a la visita en el interior; al pasar junto a los visitados los saludos burlones se hacían presentes, dar las buenas tardes se alargaban y remataban con un cantar de toque burlesco; otros individuos miraban y alzaban la cabeza en señal retadora y otros preferían recargarse en la pared y mirar las armas pasar.

Cada sujeto tiene una historia diferente, algunas son impactantes como la publicada por Novedades de Quintana Roo el domingo 20 de junio del año 2010, cuando nueve sicarios zetas detenidos en Tierra Maya declararon: "Mientras 'El Jairo' y 'El Mayuyu' sujetaban a la 'Berenice', el 'Memín' con un cuchillo le cortaba la cabeza, estaba aún vivo cuando lo decapitaron". Las miradas de los encarcelados denotan apodos alguna vez leídos como cuando Marco Antonio Galván Gómez alías "El Camaleón", uno de los sicarios de “Los Zetas”, indicó que vigilaba la entrada del 64 Batallón de Infantería y estaba bajo las órdenes del “Comandante Pelón”, quien había ejecutado de diferentes maneras a personas de Benito Juárez, entre ellas agentes judiciales, participando con “El Pando”, “La Abuela”, “Zafiro”, “El Marmota”, “El Checo”, “El Paleta”, “El Dedos”, “El Negro” (comandante de Playa del Carmen), “Javi” (halcón de Pok Ta Pok), “Jairo”, “El Zurdo”, entre otros más que ahora purgan condena.  


Altos, bajos, rapados, con el cabello largo, gordos y flacos, hombres con diferente característica corporal pero todos tatuados por igual; dibujos en hombros, brazos, pecho, espalda, piernas cerca del rostro.
Uno de ellos no tenía tatuajes, fue aquel sujeto que se encontraba sentado en un escalón, pero vaya mentira, su espalda reveló un árbol que nacía de la zona lumbar y desplegaba sus ramas en los hombros, con un fondo como de hojas y cadáveres colgados de cabeza de las ramas.

De nuevo el portón metálico negro, la despedida cordial de los vigilantes y pasar detrás de la reja verde rodeando aquella “hacienda” colorida donde seguían jugando fut bol y alabando al “Señor”.

El rostro de Mamá Yuyi contempla el despertar y dormir de la prisión, sólo ella custodia las 24 horas, sólo ella recibe y despide a quienes cruzan el portón negro  que deja detrás aquel lugar donde purgan condenas.

(Edición: Redacción)

Lo más leído

skeleton





skeleton