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Los actores secundarios, en su mayoría europeos son quienes se toman en serio sus papeles. (Contexto/Internet)
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Por Rafael R. Deustúa

El cine es la forma de arte más cara que existe, depende del dinero de forma radical y así justifican su infinidad de estrategias mercadotécnicas para sobrevivir, aunque de paso también genera algunas fortunas. Resulta chocante, como espectador, cuando es obvio que todo el esfuerzo de una película fué sólo para hacer dinero, pero es peor cuando ni siquiera se esfuerzan, como parece ser en “Inferno”.

En un hospital de Florencia, Italia, donde Robert Langdon despierta con un leve caso de amnesia a corto plazo. Enseguida lo asaltan alucinaciones apocalípticas y no bien se recupera debe huir junto con una bella doctora de una muy hermosa asesina. Es el principio de otro juego de adivinanzas, pero ahora la humanidad está en juego, al igual que la inteligencia del espectador.

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David Koepp, el mismo guionista de “Angeles y Demonios” adapta ahora la cuarta novela de la saga de Dan Brown iniciada con “El código Da Vinci”. El libreto padece el mismo problema de la novela, trata de disfrazar de “inteligentes” demasiados giros argumentales forzados, además de clichés, sin embargo se apega a la historia hasta que detecta algo de inteligencia en el final y lo cambia.

En la dirección tenemos de nuevo a Ron Howard, quién realmente no parece esforzarse en dar algún interés a la enrevesada historia. Puede que sea por tener que lidiar con las tonterías del libreto como un villano que se suicida antes que revelar su secreto, pero deja un juego de pistas a Langdon o por el escuadrón militar táctico de la Organización Mundial de la Salud. Da la impresión de que en vez de silla tenía una hamaca en el set.

Esa misma desilusión se percibe en Tom Hanks y quizá sea eso lo que más pesa en la película. Tampoco le ayuda que a sus 60 años su personaje resuelva menos acertijos y tenga más escenas de acción -puede que los productores creyeran que era demasiado intelectual para un catedrático universitario. Ni siquiera lo entusiasma tener a su lado a Felicity Jones, quién tampoco ofrece mucho. 

Los actores secundarios, en su mayoría europeos son quienes se toman en serio sus papeles, medio levantan la película y hasta parecen divertirse -al menos Sidse Babett Knudsen y Irrfan Khan-.

Puede decirse que la película hace honor a su nombre y probablemente gane el honor de ser proyectada en el purgatorio para que los pecadores paguen sus pecados.

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