El desparpajo de la megalomanía

Han habido caudillos en la historia que han sabido llevar sus naciones y sus pueblos a la grandeza.

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Han habido caudillos en la historia que han sabido llevar sus naciones y sus pueblos a la grandeza. Me refiero, por supuesto a los que han amado a sus pueblos y a su patria por encima de sí mismos. Cuando el arrojo y el liderazgo de un gran hombre se pone por encima de su propia visión o proyecto personal, es una fuerza imparable que ha llevado a regiones enteras a una nueva dimensión.

Ejemplo de esto es fue Mustafá Kemal Atatürk que, luego del fin del imperio otomano tras la primera guerra mundial, llevó a su patria, Turquía a la modernidad. Puso todo su empeño en no afianzarse en el poder, sino a terminar con el régimen medieval religioso que asolaba su tierra.

Llevó a Turquía al Siglo XX y creó las bases de un estado laico y democrático que hasta hoy disfrutan sus habitantes casi un siglo después. Esperemos que el maravilloso legado de Atatürk de un estado libre e incluyente no se arruine por la visión déspota y dictatorial de Recepp Tayip Erdogan.

Es así la diferencia de los líderes y caudillos, unos aman a su pueblo y a su patria por encima de la grandeza inherente a sus logros y otros usan la patria y a su gente para engrandecerse más.

La borrachera del poder y de la adoración de masas es un narcótico que sólo los más virtuosos pueden esquivar.

Triste el ejemplo de otros caudillos que llevaros sus naciones a la ruina como Adolfo Hitler, Stalin, Castro, Trujillo, Somoza, PolPot y muchos más. Su visión de un mundo a su modo los encegueció y les afloró el denominador común de todos: un desprecio innato por su pueblo que ven como una mera herramienta para lograr su sueño embriagante de gloria.

Ese desprecio por el alma de un país que es su gente no puede traducirse en otra cosa más que una auténtica falta de patriotismo. Son capaces de coludirse con cualquiera, no les salta ni una sola alarma de envolver a su nación en la podredumbre mundial, sólo la adulación y la complicidad entre villanos les satisface y cualquier medio se les hace válido para logar lo que desean.

El más reciente ejemplo de esto es el de Venezuela con su flamante dictador Nicolás Maduro. Su total indiferencia por la tragedia que arruina su tierra ya ronda lo surrealista. Es absolutamente imposible que no sepa el profundo rechazo que recibe de su pueblo o que viva ignorante de las carencias que lo aquejan.

Sólo un hombre que odie a Venezuela y a los venezolanos puede ser tan indiferente a su drama. A la larga la miel del poder terminará ahogándolo en un baño de sangre pues Venezuela en el 2017 no es la Cuba de 1961, en esta era de la informática ya no es tan fácil vender una mentira monumental como se hizo por aquellos años. La razón terminará por imponerse.

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