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La obra señalada por la autoridad municipal como Patrimonio Cultural del Primer Cuadro de la ciudad. (Foto: Ivette Y Cos/SIPSE).
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Claudia Olavarría/SIPSE
CANCÚN, Q. Roo.- El trato que ha recibido la Gota de la Esperanza ha dejado un mal sabor de boca al escultor Renato Dorfmann, quien donó la escultura a la ciudad por el amor que tiene a Cancún, una ciudad que lo ha forjado en las artes plásticas, y hoy demanda el urgente mantenimiento que requiere la obra, porque fue creada para interiores, y el recubrimiento especial que le dio para estar al aire libre se ha perdido.

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“No me arrepiento de la donación, porque ha sido parte de la donación a mi pueblo”, dijo.

En medio de la naturaleza y en contacto con la selva de Quintana Roo, bajo el canto de los pájaros, Dorfmann cierra por unos segundos los ojos para decir: “Esa la hice para mí, es una obra personal, para mi galería y el significado es justamente un homenaje al agua”.

El que la escultura sea en espiral tiene que ver con las culturas prehispánicas de México, forma presente en grecas, arquitectura, la forma del caracol, y sobre todo que dentro de la matemática de la espiral está el código de la vida, relata el artista.

“Para mí tiene muchísima importancia esa obra, porque cuando la hice era muy personal, y quería compartir su belleza con los cancunenses”, comentó el artista.

Antes de esa obra Dorfmann había realizado esculturas de gran formato para hoteles, a las que tienen acceso solamente quienes pagan su estancia en centro de hospedaje, por ello decidió que la Gota de la Esperanza estuviera en su galería de la avenida Sunyaxchén con Yaxchilán, para que quien quisiera conocer su obra pudiera apreciar esa escultura, sin que ello representara un gasto.

La obra fue un trabajo continuo de cinco meses entre 1999 y 2000; una vez que estuvo lista la llevó a la galería, donde permaneció hasta 2002, porque después del ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 el turismo estadounidense hacia Cancún bajó.

Los monumentos que son símbolos y obra pública, son los elementos que le dan identidad y orgullo a su gente. (Ivette Y Cos/SIPSE).

Con el cierre de la galería, Renato Dorfmann quería que su obra siguiera a la vista de los cancunenses, por lo que decidió entregarla a la ciudad, porque su intención inicial fue compartirla con Cancún, puesto que toda su historia como artista plástico está arraigada aquí.

El lugar que hoy ocupa la escultura, entre la glorieta de las avenidas Labná con prolongación Yaxchilán, fue elegido por el director de Desarrollo Urbano de la época, pero el trabajo de instalación lo hizo el artista.

Al ser una obra para interiores, se tuvo que hacer un recubrimiento especial para minimizar el deterioro al estar a la intemperie, hoy a 15 años de su instalación requiere con urgencia de mantenimiento, algo que no ha recibido en todos estos años, por lo que ya luce opaca, y ha perdido su brillo, algo que resaltaba con el sol.

La escultura tampoco cuenta con una placa, porque ésta correspondía al ayuntamiento colocarla.

“Me llevó mucho tiempo gestionar la donación, porque no fue sólo decir se las doy, tuve que trabajar mucho para que se lograra”, recordó Dorfmann.

En administraciones pasadas han hecho el intento de acercarse para darle mantenimiento a la obra para preservarla, justo porque su diseño es para interiores, y de no hacerlo se corre el riesgo de un deterioro irreparable.

El trabajo lo debe hacer el autor por la delicadeza del mismo, ya que se requiere retirar los restos del recubrimiento original y colocar el nuevo, sin ánimo de comprometerse; Renato Dorfmann calcula cerca de 100 mil pesos la inversión para ese trabajo.

El artista llegó a Cancún a la edad de 13 años, cuando la zona hotelera llegaba hasta el hotel Sheraton (Westin Regina, frente a Plaza la Isla), y Cancún era sólo el centro de la ciudad; la tranquilidad del lugar fue lo que atrajo a su familia y lo que a él lo cautivó y enseño a amar la naturaleza.

A esa edad inició su vida en el arte guiado por un tío, quien montó el primer taller de cerámica, lugar en el que empezó a tallar y ahí descubrió el llamado de las artes y su vocación.

Al centro del monumento hay un cilindro al alto relieve donde fueron esculpidos los pasajes del Popol Vuh. (Foto: Ivette Y Cos).

El vivir en Cancún le permitió el contacto con la cultura maya y, sobre todo, su herencia arquitectónica y escultórica; a temprana edad vislumbró la posibilidad de hacer obras monumentales de gran formato, para llegar a la técnica de “novapiedra” con la que hace sus obras experimentó varias técnicas.

Hoy, sus esculturas están en hoteles de la zona norte de Quintana Roo, varios lugares de México y, sobre todo, en el extranjero, incluso es “maestro escultor”, puesto que jóvenes escultores formados en su taller hicieron la monumental víbora de cascabel en la carretera Puerto Morelos-Playa del Carmen, encargada por el grupo hotelero Iberostar.

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