PRD, in articulo mortis

Tal vez no tengan plena conciencia de ello, estén viviendo en el pasado o hayan decidido dedicarse...

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Tal vez no tengan plena conciencia de ello, estén viviendo en el pasado o hayan decidido dedicarse en lo venidero a la venta de seguros, pero los perredistas de Quintana Roo, que para las elecciones del 2 de junio entrante debieron dejar atrás orgullos y posturas engreídas y, en vez de mimos y arrumacos, buscar lo que el predominante PAN junto al ex partidazo y hoy apenas poco más que una peña de nostálgicos, el PRI, pudieran ofrecerles para colgarse en una elección en la que, amén de prácticamente todas los posiciones en juego —tanto locales como de dimensión federal—, el Morena y sus adláteres tienen ganadas con la facilidad y displicencia como de quien se alista para un día en la playa.

No queremos decir que el orgullo y los principios debieran ser depuestos del todo, que la dignidad no cuente, pero hay de dignidades a dignidades: la del virtual triunfador, que impone condiciones sin la menor necesidad de negociar, como no sea por consideración, y la del derrotado, que como en alguna obra del teatro existencialista de Jean-Paul Sartre, Albert Camus o Jean Anouilh, los personajes solo tienen dos opciones, una de las cuales es la muerte.

En verdad, por cortesía —sobre todo con el lector— buscamos afanosamente los términos para no expresar la realidad del otrora poderoso Sol Azteca, pero casi no los hay: los términos crudos, pero realistas, serían sometimiento, abandono y hasta humillación, aunque tal consideración debiera estar fundada en una conducta noble, valiente y entregada en la derrota, pero no es el caso: han dominado la soberbia, el egoísmo, la envidia y la mezquindad en la ruta del PRD hacia el borde del abismo, así que no está el horno como para los bollos de la solidaridad; vamos: ni siquiera para la conmiseración.

Así es: estamos a las puertas de un suceso que hace apenas un par de lustros no parecía imaginable, por más que entonces hubiera pitonisos que eran acusados de ser agoreros malhadados, pero que resultaron en cambio profetas, videntes de la catástrofe: a pulso, decisión cupular tras decisión cupular, arbitrariedad tras arbitrariedad y traición tras traición —práctica que a veces consideramos connatural a los partidos, pero que el de la Revolución Democrática perfeccionó con admirable maestría, al grado de que debiese tramitar la patente ante IMPI—.

Aquellos que hasta mediados de la década anterior sustentaban, tanto a nivel ideológico como en acción política, a un instituto político que hoy se parece más a una Camorra, a una Cosa Nostra caribeña, están banqueados o de plano murieron —salta a la memoria nuestro incansable, inteligente y preparado amigo Hugo González Reyes, por hablar de una de las bajas más recientes—, y quienes tomaron los bártulos, que eran chalanes bisoños paupérrimos en experiencia, pero muy acaudalados en ambiciones y mañas— tienen al partido que aglutinó a todas las izquierdas mexicanas luego de la gran experiencia del Frente Democrático Nacional, cuando le escamotearon la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a punto de perder el registro en Quintana Roo sin que a nadie, ni siquiera a los perredistas les importe lo que vale un comino.

La “dirigencia” actual “funciona”, más que como tal, como una especie de actuaria contratada para liquidar a la entidad con la misión de repartir los famélicos girones de carne solaztequista que quedan entre los buitres, que ni siquiera parecen tan interesados en dichos despojos.

Lo que quedaba es la “sartreaniña”: coaligarse con la ciertamente odiada oposición de centro y derecha o morir. Ahora los liquidadores dirán que actuaron — o dejaron de actuar— motivados por el honor, la decencia y la dignidad, pero no se les olvide que son personajes públicos, y aunque sea de mínimo interés lo que hagan o dejen de hacer en el futuro, a la medida de su valía política, no estará de más estar pendientes de lo que hagan en adelante, pues si se dedican a ofrecer paseos en lancha —el que teclea no se subiría a una embarcación guiada por un líder perredista, ni a punta de pistola—.

No. En efecto no se requiere ser augur, revolver las vísceras de una res ni arrojar guijarros para ver ese futuro, que seguramente es un presente de continuidad, muy al estilo de la política partidista mexicana. Si usted ve a los líderes perredistas cambiar la seda amarilla por el percal guinda durante y después de este proceso electoral no es precisamente porque apoyen a los Burros Blancos del Poli, sino porque, honrosas excepciones hechas, la inmensa mayoría de los militantes de la izquierda mexicana nacen más errabundos que el Holandés Volador, guiados por los infernales genios de la ambición y no porque les guste mucho la ópera.

Lo más leído

skeleton





skeleton