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La semana pasada, YouTube hizo públicas las políticas que sus creadores de contenido deben cumplir para seguir pagándoles por subir videos a la plataforma. De buenas a primeras, no faltó quien saltara del sillón y afirmara que le cortaron su libertad de expresión, pero hay dos puntos muy claros en este asunto.

El primero son la reglas en sí mismas: no son nada del otro mundo, pues únicamente buscan que los generadores de contenido eviten escenas sexuales, violencia, extremismo, obscenidades, incitación al consumo de de sustancias reguladas, burlas a hechos controvertidos como atentados, entre otros; lineamientos que, además, no son nuevos realmente para YouTube (ni cualquier red social exitosa), pero que están de nuevo en el “timeline” porque afectará donde más duele a los “youtubers” estrella: en su bolsillo. 

El segundo punto es el más importante y creo que explica por qué me parece que la plataforma hace bien al establecer esas reglas. Los “vloggers” son importantes, nos guste o no lo que publican o hacen, son la fuente principal de información y moda de los jóvenes (así, a secas, sin generación) capaces de crear tendencias más allá de Twitter, pues su forma de hablar, de ver el mundo y de comportarse, se replica en menor o mayor medida en la juventud, para bien o para mal, y eso en esencia es lo más normal del mundo… a esa edad.  

El poder de los “youtubers” es casi incontestable hoy en día, pero como dicen por ahí, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, y para mi, el hecho de que los generadores de contenido tengan que cumplir con ciertos parámetros es positivo, porque ninguna de las reglas coarta la libertad de expresión. 

Además, esta medida es una “bola cantada” por el mismo éxito de estos jóvenes.  ¿Qué pasó cuando los diarios, la radio o la televisión dejaron sentir su enorme influencia? Simple: llegaron las reglas, lineamientos e intereses. Lo mismo está pasando con internet, poco a poco, desde hace mucho tiempo y el caso de YouTube es sólo el más “sonado”. Ante la enorme influencia que los “vloggers” han adquirido, era evidente que tarde o temprano tendrían que responder a una “autoridad moral” más grande que ellos mismos: el gran público, y no sólo a sus seguidores.  

Puede sonar triste y hasta ridículo, pero es el precio que deben pagar por el éxito logrado. Años sin mayores reglas que acreditar los derechos de autor de la música en sus videos, los “youtubers” ya no pueden pasar desapercibidos ni ser tan “independientes” como algunos afirman, pues ellos mismos hicieron que las reglas (que no censura) llegaran a ellos, y no porque su contenido sea “vulgar”, sino porque son populares, y la notoriedad conlleva una responsabilidad que, si uno mismo no la percibe, otros se encargarán de hacerlo. 

Además, seamos honestos ¿son tan restrictivas las nuevas reglas de YouTube? ¿Implican acaso una “ley mordaza”? No. Es como cualquier contrato para trabajar en cualquier empresa: las reglas son estas, puedes hacer esto, aquello no… listo, ¿firmas? ¡Va! Transmite y te pago. Nada del otro mundo, y eso tal vez es lo que más dolió a los “youtubers”: darse cuenta que eso que los hace tan especiales, no es realmente nada nuevo; y que su actual encrucijada digital noes más que una paradoja que se ha repetido en incontables ocasiones en los medios de comunicación: la libertad de expresión no es lo mismo que el libertinaje. 

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