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En días pasados se confirmó lo que anteriormente se temía: que renunciaba el oficial mayor del Ayuntamiento de nuestra ciudad, por motivos de salud. Aun cuando la mayor parte de las renuncias de funcionarios públicos se sustentan en textos que contienen el argumento de la salud, cabe señalar que, en este caso, lamentablemente es verdad.

A pesar del mal que lo aqueja y con la anuencia del alcalde, Ricardo Díaz Montes de Oca trató en todo momento de no llegar al extremo de renunciar para concentrarse en la batalla contra la enfermedad que lo ataca, por querer seguir al frente de la responsabilidad que le habían asignado y que en tan poco tiempo lograra apasionarlo.

Escribo esto sin soslayar que las pocas veces que quien fuera oficial mayor municipal y un servidor tuvimos oportunidad de intercambiar opiniones relacionadas con la política o el servicio público, tanto hace años como hace algunas semanas, los momentos no fueron fáciles porque las diferencias entre ambos afloraron de inmediato.

Lo anterior, no me limita para afirmar que quien ya se ha despedido de tan digna tarea,  tiene los tamaños para haberla hecho con elevadas calificaciones. Temperamento,  claridad de objetivos y dinamismo son algunos de sus atributos para dar el perfil.

Hoy la necesidad de avocarse a lo más importante, lo aleja de un trabajo en el que pudo aportar mucho. Ojalá aun pueda hacerlo desde otro espacio pero con el mismo grado de compromiso con el que comenzó en el Ayuntamiento.

La operatividad municipal pierde mucho con la salida obligada de Ricardo. La responsabilidad de que no llegue a lamentarse -no en el plano personal, sino en el funcional- es de un amigo suyo, Mario Martínez Laviada. Un abrazo a ambos.

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