Caos

No pasa un día sin que el tráfico citadino desquicie esta capital, pero lo peor es que dicha problemática va aderezada de la inconsciencia de miles de peatones...

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No pasa un día sin que el tráfico citadino desquicie esta capital, pero lo peor es que dicha problemática va aderezada de la inconsciencia de miles de peatones que, además, se vuelven retadores de los conductores de vehículos. ¿A qué nos referimos?

Calles aledañas de la Plaza Principal (o Plaza Grande) de Mérida. Horario: el que a usted le pegue la gana. Situación: muy compleja. Veamos.

Las naves transitan sobre la calle 61 a eso de las 5 de la tarde, por no decir a las 12 del día cuando el caos vehicular es atroz y con un calor que, realmente, da ganas de recordar muchas progenitoras a vivos y muertos, culpables e inocentes, “apentontados” (en mi tierra se le dice de otra forma) o vivales.

De pronto, en un tramo de la 61 entre 54 y 56, el tránsito se detiene durante 20 minutos. Quizá en la Ciudad de México ese tiempo sea de risa porque están acostumbrados a quedarse varados por horas, pero en Mérida, una capital cuyas calles fueron construidas para soportar el paso de los “coches de caballito” y no de vetustos camiones de transporte de pasajeros con mofles que parecen trompas de elefantes, no porque aspiren cacahuates, sino por el humo y la polución que despiden, esos “20 minutos” son desesperantes.

Cuando el chafiretillo se acerca a la Plaza Principal, nuevamente el tránsito se paraliza. ¿Qué onda? Simple. El policía municipal está en una esquina y no precisamente para desahogar el caos ya formado, sino para empeorarlo. Resulta que el bendito sujeto, ahora con uniforme nuevecito, color azul fuerte, o sea, “Blue Demon”, está resguardado en una acera viendo su celular o sorbiendo un heladito. Pobrecito, chuch, el niño no ha podido responder los mensajes de su amada (¿o amado?) o hacía rato que no degustaba un sorbete de plátano. Para ello, bien podría haberse sentado muy a gusto y que el tráfico se vaya a la goma.

Y, para rematar, los transeúntes, peatones o “civiles comunes y corrientes” cruzan las calles sin fijarse si el conductor del vehículo más inmediato se detendrá o no; y tampoco reviran los ojitos para saber si el semáforo marca rojo, amarillo o verde. Saben que nadie les podrá echar la nave encima porque, entonces, el tripulante sería apañado cual narco por decenas de agentes. Y no se trata de “majarlos” pero la distancia entre el peatón y el automotor es muy escasa. Por si fuera poco, los “de a pie” miran desafiantes a los guiadores y, además, cruzan los pasos peatonales con paso más lento que una tortuga ninja y mirando sus malditos celulares (como si supieran que ‘sancho’ ya está en casa).

PRIMERA CAIDA.- No estaría nada mal que las policías estatal y municipal, sobre todo esta última, comience un programa de concientización para los peatones y sus propios agentes.
SEGUNDA CAIDA.- Cierto, el tráfico no es un problema sencillo de solucionar pero con voluntad y capacitación se podría dar un gran paso.

TERCERA CAIDA.- ¿Y los celulares? Allí sí está “carbón”. Ojalá no den paso a una tragedia.M

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