El cascarrabias y los consejeros
Los espectáculos no violan los derechos de los niños, pero sí quienes los ponen a vender en las calles ¿o no, Codhey?
Me voy a meter en un tema al que no me han llamado, pero que sí me interesa. Ustedes saben que me volví autor de una biografía no autorizada –estilo Luis Miguel- del cascarrabias. Pues bien, en su memoria –él era un conocedor amoroso de la fiesta del toro- quiero pedirle a la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Yucatán que deje en paz a los taurinos y sus fiestas (o que alguien pida a sus integrantes que se informen bien de lo que ocurre en torno al toro de lidia) y se ocupe de otros temas de mayor urgencia.
No sé si sus consejeros –especialmente una- han caminado alguna vez por el centro, sobre todo después de las 8 de la noche. Si lo han hecho seguramente han visto a numerosos niños que cargan una pesada caja donde expenden, entre otras cosas, cigarros, lo mismo a las puertas de una iglesia que de una cantina, o a niñas cargadas de artesanías chiapanecas, muchas de ellas llevando a un bebé enrollado en su rebozo.
Esos niños y niñas y sus papás –lo saben las autoridades de todos los niveles- son víctimas de traficantes de personas y viven en condiciones infrahumanas en casas rentadas, una de ellas en la 73 entre 60 y 62.
Ahí tienen un tema de verdadera violación de derechos de los niños. Llevar o no llevar a los hijos a las corridas es asunto que sólo compete a los padres. ¡Ay, cascarrabias, si vivieras ya los habrías puesto en su lugar!