De Calderón a Peña Nieto

El perfil de la derrota del PAN muestra el rechazo abrumador de los ciudadanos hacia el gobierno actual.

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La semana por venir habrá de ocurrir el relevo de gobierno. La segunda alternancia en la presidencia. Felipe Calderón, un presidente de partido, habrá de entregar trastos a Enrique Peña Nieto, un presidente consecuente con la ortodoxia política propia de la tradición mexiquense: riguroso cuidado en las formas y claridad en el propósito. Al tiempo, son muchos los mexicanos que anhelan un cambio profundo. La alternancia ocurrió en una cerrada competencia entre los dos opositores. El partido en el gobierno fue remitido a un tercer lugar.

El perfil de la derrota del PAN muestra el rechazo abrumador de los ciudadanos hacia el gobierno actual. No tiene sustento el argumento sobre la supuesta mala campaña de la candidata presidencial. El mensaje es claro, como puede observarse en los números de las plazas en donde el PAN gobernaba o disputaba el poder: Jalisco, Morelos, Puebla, Michoacán, Distrito Federal o Estado de México.

El presidente Calderón se ha servido con exceso en la campaña publicitaria sobre el balance final de su gobierno. Cero autocrítica y una excesiva fiesta de autoelogio. La complacencia, pues. Aún así no cambia la opinión de la mayoría. Las ya clásicas baladronadas calderonistas sobre la seguridad chocan con la realidad de un país con amplios territorios ensangrentados, sin ley ni autoridad, y fuerzas armadas desgastadas. La economía nacional, fuera de la coyuntura, es para preocupar: no genera riqueza, empleo suficiente o una decorosa equidad; el monopolio público o privado le resta competitividad al país. Como todo en la vida, las cosas se juzgan por los resultados, no por las intenciones o la asumida voluntad.

Peña Nieto recibe el país en peores condiciones respecto a las que Zedillo entregó a Fox o las de éste cuando lo recibió Calderón, aunque la propaganda y el discurso presidencial digan otra cosa. Ya vendrán las semanas o meses para advertir que lo que sucede en la PGR con su flota aérea, solo es una metáfora de muchas áreas del gobierno. La descomposición institucional es más profunda y generalizada de lo que se advierte. El país ha perdido prestigio en el exterior y lo que domina es la percepción de la violencia fuera de control. Es mucho lo que tiene que hacerse para recuperar el ánimo y la esperanza.

Como si fuera parte del argumento de que ahora el país está mejor, el INEGI dice que los mexicanos se perciben felices; es cierto, pero eso ocurre en la familia, en el circulo de los afectos, menos con la situación económica y hay franco desaliento con la situación del país (http://www.gabinete.mx/drupal/sites/default/files/descargas/pdf/rep_feli...). Las cosas podrían estar peor, pero lo que existe no da para presumir, y la mejor medida de ello son los números de la alternancia.

Un nuevo gobierno abre espacio a la idea de que la situación mejore. Sin embargo, no es el relevo de personas ni de partidos, sino el cambio en lo que se hace y cómo se hace, también en la relación entre gobernante y gobernado, así como la capacidad de todos para dar respuestas, no solo quien gobierna, también la oposición y hasta los actores relevantes en la sociedad. Andar el mismo camino de la complacencia y de abuso del aparato publicitario para edificar realidades virtuales no conduce a nada bueno. Desde el 1 de diciembre, en las palabras, decisiones y acciones, quedará a prueba la determinación de cambiar el estado de cosas, mandato inequívoco de los comicios de julio.

El mayor desafío del gobierno del presidente Peña Nieto será construir un nuevo punto de partida. Algo positivo se vislumbra en lo que ha hecho el Congreso; al menos que lo que se proponga, se estudie, discuta y se vote, mucho mejor que se apruebe. Ya se reorganiza el gobierno; está bien, pero mucho más es lo que se requiere. Ya se verá en el presupuesto, en su ejercicio, también, en una forma distinta, más digna, más respetuosa del gobernante.

La honestidad empieza con las palabras, con la manera de entender la realidad y asumir responsabilidad propia frente a ésta. Las obligaciones y las responsabilidades no solo atañen a quien preside, todo el equipo que debe actuar en consecuencia. También debe quedar claro que el deterioro de la confianza pública solo se supera con resultados, no con los compromisos o las intenciones.

Gobernar conlleva responsabilidad. Hay una dimensión de privilegio y comodidad en el cargo, la que va cediendo ante el peso de las obligaciones y de las presiones propias del servicio público en tiempos difíciles. La etapa halagüeña del ciclo pronto cederá, y los problemas y retos se harán sentir. Los que llegan no deben reincidir en culpar a otros por la situación. La tarea es muy simple: cumplir para lo que están.

Twitter: @berrueto

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