De la moda lo que acomoda

La sobreexposición a las redes sociales crea muchas situaciones, sino incómodas, sí bastante complicadas de procesar entre los usuarios...

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La sobreexposición a las redes sociales crea muchas situaciones, sino incómodas, sí bastante complicadas de procesar entre los usuarios, provocando en último lugar, la ridiculización del medio mismo, antes incluso de quien lo emplea. 

El éxito de los “vloggers” y los “influencers” trajo a las redes sociales el ansia por figurar, por querer emular la vida digital de jovencitos (y otros no tanto) que aparentemente de la nada triunfan sin más en los medios dentro y fuera de la red. Hoy vemos a estos personajes veinteañeros en revistas, tomando el lugar que antes sólo modelos y escritores tenían como su feudo, y lo más interesante, con mucho apoyo, ya que venderse en la red compensa la falta de un talento tangible, pues no importa en qué publicación o transmisión salgan, sus seguidores estarán ahí para subirlo a los “trending topics” y reforzar su imagen de “influencer” triunfador, y de paso, al medio que tuvo la visión de ponerlo en su espacio.  

Para muchos jovencitos y adolescentes, verse en la situación antes descrita sería el epítome de sus cortas vidas. “¿Cómo no lograrlo si se ve tan sencillo?”, “¿Qué tiene JuanPa Zurita, Jaramillo, Villalobos o Garmendia, que no tenga yo?” Preguntas que cualquiera podría hacerse y que, al encontrar respuesta, los impulsa a intentar “hacerla en las redes”, gracias a las transmisiones en vivo de Facebook o al simpático productor juvenil de Snapchat… para empezar.  

Nadie puede negarles que hagan su lucha para triunfar en las redes sociales, pero tampoco, nadie debería abstenerse de decirles cuando la están regando, y con ganas. ¿A qué nos referimos? Sencillo: por más que los “influencers” no sean de mi devoción, lo cierto es que ellos (o sus asesores) saben muy bien cómo, cuándo y qué medio masivo digital emplear para perpetuar o crearse popularidad, y de paso, convertirse en referentes sobre esa plataforma. 

Somos libres de hacer cuanto nos venga en gana, la libertad dentro y fuera de las redes sociales nadie nos la ha quitado (aún), sin embargo, es triste notar como ciertas herramientas están siendo desvirtuadas por la sobreexposición: las transmisiones en vivo, por ejemplo, son una oportunidad maravillosa para el periodismo y la denuncia ciudadana; o en el caso de los “vloggers”, para estar en contacto instantáneo con sus hordas de fans, pero no… la mar de veces los usuarios las emplean para mostrar que están comiendo o si le cambian el pañal al bebé. 

La masificación “a los bestia” no siempre debe significar el objetivo primordial de una herramienta digital, a veces, sectorizar no es mala idea. Vemos por ejemplo a Periscope: no es la red social más popular del mundo, pero quienes tenemos cuenta en ella, sabemos para qué nos va a servir, a quién debemos seguir para que sea útil. En ella, en teoría, no vamos a encontrar platillos, paisajes o chistes de 30 segundos (para eso está Vine); vamos por las noticias, por transmisiones de conferencias o ruedas de prensa, o como sucedió en los atentados de París del año pasado, momentos crudos de hechos del momento. 

Las redes sociales tienen espacio para todos los credos, ideas y situaciones, pero su difusión tiene herramientas precisas para potenciarlas. No toda aplicación para red social tiene que estar en nuestros teléfonos, seamos inteligentes y dilucidemos cuál es la que nos sirve, y sobre todo, cuál será la de mejor provecho para nuestras actividades. Conocer de todo no es incorrecto, pero como en las pasarelas de alta costura: de la moda, lo que nos acomoda. 

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