Del verbo 'cruzazulear'

Los últimos años han preparado a los fanáticos cementeros para descalabros tan funestos como el del sábado pasado contra el América. Ya lo que no sea una final casi ni lo sienten.

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No me cabe duda: lectores, si buscan una pareja fiel, fíjense en alguien que le vaya al Cruz Azul.

Podrán quemar sus camisas, indignarse, protestar y hasta golpear las paredes de su cuarto jurando que nunca volverán a apoyar al equipo que tantos tragos amargos les ha brindado. Sin embargo, les puedo afirmar, con la seguridad de que el sol saldrá y de que el cielo es azul, que el sábado siguiente estarán pegados a su televisor listos para sufrir otros noventa minutos. Así es el aficionado del Cruz Azul, ligeramente masoquista.

Los últimos años han preparado a los fanáticos cementeros para descalabros tan funestos como el del sábado pasado contra el América. Ya lo que no sea una final casi ni lo sienten.

Entonces, ¿qué hace que la persona que se dice azul de corazón esté ahí a pesar de todas las infamias? Ya lo dijo Javier Solís en su canción Nunca Jamás Mátame si quieres, pero no me dejes.

Es amor incondicional es amor del bueno, es amor puro. Que no los engañe la fachada de tristeza y los 19 años sin título, les juro que no existe aficionado tan apasionado por su equipo como el del Cruz Azul.

Siempre al pie del cañón y listo para la cruzazuleada, el seguidor de la Máquina no puede despegarse del partido hasta que el final sea decretado, porque ya se la saben de todas, todas.

Me podrán preguntar: ¿bueno y tú qué sabes? Les respondo que para mí siempre que sale el sol, el cielo ha sido y será color azul celeste.

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