El Diccionario de María Moliner

Con algo que parece tan frío y lejano, como un diccionario, estruja las entrañas del espectador hasta quitarle la respiración...

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Dentro del FICMAYA, con localidades agotadas y público en pie para la ovación final, pude ver la que espero no sea para mí la última obra de una Compañía Nacional de Teatro bajo la dirección artística de Luis de Tavira: “El Diccionario”, de Manuel Calzada, con la excelente dirección de otro maestro, Enrique Singer, largamente probado. Espero ver aún la “Numancia” de Cervantes, dirigida por un joven director que no conozco, Juan Carrillo. 

Durante los ocho años de Luis de Tavira como director artístico de la CNT es notable el número de directores, de todas las edades y aun de todas las concepciones estéticas, que han montado con el elenco estable. Este cierre de etapa con dos obras, una de formato pequeño como “El Diccionario”, dirigida por un maestro con trayectoria, y la enorme tragedia de nuestra lengua, la “Numancia”, dirigida por otro que es muy joven, demuestra la apertura de criterio y la capacidad de tomar riesgos de Luis de Tavira.

Pero el pequeño formato puede contener grandes obras y es el caso de “El Diccionario”, como es el caso de la propia María Moliner. Su humildad resulta inversamente proporcional tanto a la grandeza de su obra como a su ambición por dotarnos de un diccionario de uso de nuestra lengua que completara y aun superara al de la Academia. Quizás hoy, en tiempos de Google, los jóvenes conozcan menos el “María Moliner”, pero quienes nos dedicamos a la lengua aún lo usamos como árbitro definitivo.

Ella comprendió la necesidad de superar la sola definición para llegar al uso de la palabra. Es decir, hizo carne la palabra para dialogar con ella. Y entre miles, millones de fichas pasó por el fin de la monarquía, la proclamación de la II República española, la guerra civil, la brutal depuración franquista que sufrió con su marido y sus hijos, la viudez y la esclerosis cerebral que al fin le arrebató lo que nadie más pudo: su memoria.

María Moliner (impecablemente interpretada por esa gran actriz que es Luisa Huertas) con algo que parece tan frío y lejano, como un diccionario, estruja las entrañas del espectador hasta quitarle la respiración y darle la suya propia. La respiración de la puesta en escena porque los actores están tan perfectamente entonados por Enrique Singer que se logra lo ideal: el teatro resulta un enorme ser vivo con una respiración única.

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