El fin del mundo ocurrirá antes del fin de la estupidez

Pasemos por favor la página y recobremos un poco, no mucho, de sentido común.

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¿Los mayas anunciaron algo? No estoy enterado. Esa gente observaba meticulosamente los astros del firmamento pero nunca elaboró una teoría medianamente sofisticada sobre la naturaleza del universo. Pero, inclusive si hubieran dejado un tremebundo aviso, con pelos y señales, sobre ese cataclismo que iba a ocurrir hoy mismo, por ahí de las cinco de la madrugada (antes de que leyeran ustedes las páginas de este diario, reconfortados lectores), que alguien venga y me diga —un astrónomo, de preferencia— dónde ha estado ese cuerpo celeste que podría impactar de lleno sobre la Tierra —el hábitat de los antedichos mayas y el de sus posibles descendientes, nosotros, los mexicanos modernos (tal y como ocurre en Melancolía, una de las películas de Lars von Trier, que en lo personal me pareció hermosísima y en la cual, en efecto, tiene lugar el fin del mundo)— porque, hasta nuevo aviso, a ese tal astro destructor nadie ha logrado todavía divisarlo en las proximidades, ya no digamos de este planeta sino siquiera en los linderos del Sistema Solar que, con perdón, es un lugar de lo más inmensísimo.

Ah, pero el escenario apocalíptico podría deberse también a un fenómeno esencialmente telúrico, o sea, ocurrido en las entrañas del globo terráqueo, en cuyo caso estaríamos hablando de un sismo de proporciones auténticamente planetarias —con pavorosos tsunamis y, muy probablemente, erupciones volcánicas masivas— que, pues sí, causaría colosales devastaciones, aunque no la aniquilación total e inmediata de la especie humana ni de animales como los perros y los gatos.

Pero, en fin, vistas las cosas esta mañana, pasemos por favor la página y recobremos un poco, no mucho, de sentido común. Pues eso.
 

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