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Cuesta trabajo creer que la reunión de ministros de finanzas del G20 de la Ciudad de México rinda frutos concretos. Mientras hoy los estadunidenses elegirán si Barack Obama repite en la Casa Blanca, los ministros y gobernadores de bancos centrales intentan desde el fin de semana conminar a Estados Unidos a evitar una catástrofe global resolviendo pronto su "precipicio fiscal" --ese famoso recorte masivo de gasto público y de exenciones fiscales.

Porque si nos vamos a los datos, el mundo sigue en franca desaceleración. Ayer, España reportó su cifra de desempleo más alta en toda su historia: 4,833,521 españoles sin trabajo. Al mismo tiempo, el director general de la Organización Mundial del Comercio ha alertado de los altos riesgos de proteccionismo que siguen latiendo entre las economías del poderoso grupo. En un comunicado, esa organización dijo que "el secretariado de la OMC ha revisado su pronóstico de crecimiento del comercio mundial en 2012, de 3.7 a 2.5 por ciento".

Que crezca a un ritmo tan mediocre el comercio mundial --antes crecía a 5.4 por ciento-- refleja que los países se están enconchando. Todos. Ejemplos hay muchos. Desde los de Brasil y Argentina en su controversia automotora contra México, hasta lo que reveló Toyota ayer: que venderá 200 mil vehículos menos en China como consecuencia del conflicto diplomático por las islas del Mar del Este.

Básicamente cualquier cosa le sirve a un gobierno ahora para justificar una medida proteccionista: la salmonella, la soberanía, la palabra dumping... lo que sea. El problema de China con Japón le costará a Toyota 380 millones de dólares. Así, de un plumazo... mientras en el Hotel Hyatt Regency de la Ciudad de México los ministros del G20 hablan del comercio libre y de las cadenas de valor globales. ¿Es creíble?

El mundo necesita crecer y para ello el comercio debe despuntar. Para que crezca el comercio es necesario financiar a las empresas. Pero los bancos, que son quienes prestan dinero a las empresas, enfrentan requerimientos de capital y liquidez cada día más estrictos. Son las medidas llamadas Basilea III y, aunque todos deben cumplirlas, no hay autoridad global que someta a los países y a los bancos a materializarlas.

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