El Presidente regresa a Palacio

Quince días le han llevado a Peña Nieto para acreditar el regreso de la buena política.

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Vicente Fox lo pudo hacer, no quiso. Mejor fue trabajar en Los Pinos, como también lo hicieran, por comodidad, Echeverría y López Portillo; Palacio Nacional se volvió espacio para los funestos besamanos de los informes presidenciales. De Salinas a Calderón, los conflictos poselectorales, las heces de las palomas y la invasión de los informales hizo de la oficina del Presidente un museo y lugar ocasional para conmemoraciones y eventos diplomáticos. Para los turistas quedaron los expresivos murales de Rivera, las habitaciones de Juárez y las visitas guiadas a los grandes espacios de la otrora residencia presidencial; destaca el remanente del recinto parlamentario en donde se jurara la Constitución de 1857. Nada queda del palacio virreinal que alguna vez fue, después de haber sido residencia del conquistador Cortés, construida sobre y con las ruinas del palacio de Moctezuma.

Quince días le han llevado a Peña Nieto para acreditar el regreso de la buena política. Aunque subsisten en algunos heridas reales e imaginarias, y que la población continúa en su reserva hacia los hombres públicos y sus actos, el país respira un ambiente diferente. Mérito de varios, primero, de quien dio el paso inicial y acreditara la voluntad para construir el acuerdo plural. Es inédito el entendimiento entre gobierno y oposiciones, ocurre porque hay confianza y eso lastima a quienes, en su momento, fracasaron en el intento de hacerlo, o bien porque han apostado al desencuentro y confrontación.

El regreso a Palacio es simbólico. Las suciedades de las palomas persisten, pero buenos gobiernos en el DF, incluyendo el de López Obrador, significaron el rescate del centro del país. El presidente Peña se siente cómodo en la oficina que da testimonio de la historia patria más trágica que heroica. La fuente que cubre las actividades del Presidente fue invitada por el anfitrión a visitar su espacio de trabajo, y dijo que allí laborará. La proximidad le resultará cómoda al secretario de Hacienda, Videgaray. En el pasado, con Fox, Hacienda aprovechó su condición de custodio, utilizó al benemérito y se hizo para sí de mucho del espacio ajeno; queda claro que el fisco no solo jode al contribuyente.

También le vendrá bien al secretario de Gobernación, Osorio Chong; la distancia con el Presidente se acorta y el trayecto es más digno de Bucareli al Zócalo que de allí a Chivatito; además, da cuenta de lugares de la prensa nacional y, por si faltara, del Palacio de Bellas Artes, ícono mundial de Art Decó creado por Porfirio Díaz para conmemorar el centenario de la Independencia, hombre rudo y rústico, quien, sin embargo, sí tenía memoria y sentido de la trascendencia.

A nadie le viene mejor el despacho en Palacio Nacional que al vecino. El encuentro entre el Presidente y el jefe de Gobierno del DF, Miguel Ángel Mancera, ha sido productivo y el gobernante de la capital ha logrado el compromiso más importante: la interlocución directa y fluida con el primer mandatario. Van quince años de gobierno democrático en la Ciudad de México y todos los antecesores de Mancera, por consideraciones más próximas al absurdo y a la simulación, no construyeron una buena relación con el Presidente. Queda claro que en eso también las cosas habrán de cambiar.

El regreso del Presidente a Palacio no solo tiene que ver con el nuevo mapa del poder. También es recuperar mucho de la dignidad extraviada en el tiempo por una mala posmodernidad, es regresar a un sentimiento republicano alejado de la palabrería y que concilia el presente con lo mejor del pasado próximo y remoto, es dejar de lado a generaciones de políticos mediocres e incapaces de entender el valor del liberalismo o el significado de la condición milenaria de México. La institución presidencial es eje de la política nacional y el corazón del país lo representa el anterior espacio virreinal, con su catedral, plancha de cemento y asfalto, hoy conocida como el Zócalo y a veces invadida por agraviados vociferantes.

Es pronto para prefigurar una Presidencia que apenas empieza y, todavía más, para conocer lo que depara al país. Lo ocurrido en dos semanas son pinceladas de un cuadro prometedor en el que concurren muchas voluntades; algo semejante aconteció en el México de la República Restaurada hace siglo y medio, la que colapsó por un pueblo más habilitado para obedecer que para mandar. El país ha ganado terreno, pero su sociedad se abate en el escepticismo y en el encono de los malos perdedores, más perniciosos los de la derecha en el Senado, que los de la izquierda en la calle.

Palacio Nacional es un trazo de historia que obliga y compromete. Va mucho más allá de la conmemoración y del ritual; el regreso del Presidente a su recinto es poderoso mensaje de reencuentro y conciliación con lo mejor de nosotros mismos.

Twitter: @berrueto

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