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Esta mañana, el delegado de Coyoacán, Mauricio Toledo, inaugurará una alberca semiolímpica en el Deportivo El Copete, en el conflictivo Pedregal de Santo Domingo. La llamará “Fernando Martí”.

Estarán presentes el padre de Fernando, Alejandro Martí, y el en unos días jefe de Gobierno del DF, Miguel Ángel Mancera. Será un homenaje para ellos también.

Según el escritor Philip Roth, toda biografía e historia están sujetas al azar. Y el azar, que no es otra cosa que la tiranía de la contingencia, lo es todo.

En aquellos días de 2008, los criminales se daban el lujo de montar un retén afuera del estadio de CU sin ser molestados. De esa forma altanera culminaron el secuestro de Fernando. Fue una desgracia que cimbró, como pocas, al Valle de México e impuso la percepción de que la delincuencia era omnipresente e invencible.

Se agigantó entonces el empresario del deporte Alejandro Martí hasta convertirse en la conciencia y voz de esa temporada infame. Inolvidable su participación en la reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública del 21 de agosto: “Señores, si no pueden, renuncien”.

Surgieron movilizaciones, programas, compromisos. Pero quizá lo esencial fue la convergencia entre las organizaciones ciudadanas y el gobierno capitalino. Martí y otras figuras y grupos confiaron en el recién llegado procurador de Justicia del DF, Miguel Ángel Mancera, a pesar de la hoy todavía dudosa presentación de los presuntos responsables: El Apá, La Lore, la banda de La Flor. Y el procurador en ellos.

Algo funcionó. Las cosas comenzaron a cambiar en la Ciudad de México después de la tragedia. Para mejor. Una mejoría impensable sin Mancera y Martí.

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