El último nido

La clave de esta vida radica en cambiar un verbo, en transmutar un “yo quiero” por el “yo debo”

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Si Pitágoras no miente, veintiuno menos trece es igual a ocho. Es decir, si las Profecías Mayas se cumplen, el próximo jueves entonaría mi graznido postrero y me sentaría en este nido, en la copa de la vieja mata de ceiba, a esperar las horas finales del calendario maya.

Entonces, pondría a todo volumen un disco de blues (Mmm, no sé, pienso en Led Zeppelin y su “Since I’ve been loving you”). Empuñaría con fuerza mi vieja pluma de tinta roja. Me inclinaría a ti, amada hoja en blanco, eternamente pura, en espera siempre de mis trazos más inesperados, de mis locuras más patentes.

Te diré entonces, con el peso de los años en mi espalda, el único secreto que guarda un pajarraco de negras alas y oscura conciencia: la clave de esta vida radica en cambiar un verbo, en transmutar un “yo quiero” por el “yo debo”.

Si yo pensara, por ejemplo, “debo escribir cada jueves”, con toda seguridad en vez de tinta utilizaría un teclado.

En vez de saborear la textura, las formas y los olores de mi albo lienzo que atrapa ideas, locuras y pasión me sentaría frente a una computadora citando nombres, textos, robando ideas en las redes sociales.

Pero la verdad es que “quiero escribir”, como quiero respirar, como quiero correr, como quiero ayudar, como quiero trabajar. Y quiero escribir gracias, en letras mayúsculas porque mayúsculo es el respeto que te mereces como lector.

Y, por supuesto, agradecer a la familia SIPSE, que el sábado pasado escribió una bella página de convivencia, de camaradería y de fraternidad. Además, me invitó a escuchar el mensaje final de nuestra misa: “Junto a las noticias negativas debemos llevar siempre un mensaje de esperanza”.

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